miércoles, 25 de enero de 2012

CLAVELINA CHALAMPAMPA





Presentamos en calidad de primicia, el cuento “Clavelina Chalampampa”, de nuestro colaborador Carlos Zúñiga Segura, el cual forma parte de su más reciente publicación: "Flor de Purhuay".



“Clavelina Chalampampa”

Yo la amaba aún antes de conocerla. Ella lo sabía.


Aquella noche, la esperé con mis amigos Venancio, Gustavo y Teodosio. Por algún misterioso impulso, me sonrió en el momento de bajar del bus y preguntarme por un hotel que brinde comodidad. Le recomendé el Central, de la familia Valenzuela, frente al local del Municipio, con sus balcones desde donde se podía mirar lo que sucede en el parque. Era preferible alojarse en este hotel; pues, en el Grau, de doña Mercedes Mujica, todos los sueños aparecían revelados en algún libro de cuentos.

Llegó al pueblo, como lo había soñado, a bordo de ese ómnibus gigante que, con las justas, podía superar las curvas estrechas de la carretera polvorosa de Huancayo a Pampas. Cuando arribó, a su lado también estaba su esposo.

Un domingo, lo recuerdo, a la hora de la misa, fue cuando la gente se quedó pasmada al verla luciendo un pantalón apretadísimo, altas botas blancas y una blusa pequeñísima que dejaba en libertad sus pechos incitantes. Todo el parque era un ir y venir de miradas en torno suyo.

Pero uno, no se le podía acercar tanto, pues, en aquellos años la plaza principal pertenecía por completo a los policías. No se podía hacer nada sin la mirada de ellos, porque casi siempre o se hallaban parados en la puerta de la comisaría o estaban sentados en la banca de enfrente, prestos a efectuar los arrestos.

Cuando Clavelina se paseaba por las calles, era fiesta para todos los ojos. En los jóvenes y adultos el ritmo de la sangre se aceleraba y los deseos eróticos se encadenaban en la plenitud de sus ansias. Algunos osados la pretendían abiertamente, y otros sufrían en silencio al verla inalcanzable.

Cada vez que nos encontrábamos, me sonreía y se ponía colorada. Intuía, quizá, el florecimiento de mi amor, o tal vez, el canto de los jilgueros ya le había revelado este secreto mío. Pero yo no tenía valor para decirle que le amaba, ¿cómo iba a decírselo si estaba casada y con un militar?

Un 19 de junio, domingo de fútbol, después de haber salido victorioso con mi equipo el Real Pampas, la vi salir del estadio y me animé a seguirla. Luego de transponer la puerta y, mirando a todos lados, Clavelina siguió por la calle angosta y solitaria que conduce hasta el río Viñas. La seguí sigilosamente, cuando extendió su cuerpo sugerente sobre la temblorosa hierba, me escondí entre el maizal esperando conocer a la persona con quien se había citado.

Pasaría media hora, o una hora quizás, nadie llegó al lugar. Rampando y sacando fuerzas escondidas en mi sangre, me acerqué hacia ella. La posición de su cuerpo daba la impresión que estaba dormida. Acercándome más y poniéndome de rodillas, pude observar las delicadas facciones de su rostro y, entonces, encomendándome a todos los santos de la buena suerte y decidido a lo que sucediera acaricié su sedosa cabellera, besé sus labios y mis manos encontraron la fuente de todas las locuras.

El mundo, en aquel momento, cerró todas sus cortinas. El amor fue cielo e infierno juntos, revolcándose sobre la hierba.

Carlos Zúñiga Segura
Colaborador exclusivo de Saposaqta
Libro: Flor de Purhuay

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