martes, 26 de junio de 2012

EL COMPLICE (cuento)




Cuando al maqtillo de mi pueblito serrano le llega su adolescencia; despierta brusca y peculiarmente retraído de su inocencia, no hace notar su corazón enamorado; pues en él no hay esmerados arreglos del muchachito de ciudad, se enamora toscamente; su galantería informal le hace inspirar coplitas con sabor a huayno y lo silba con tal esmero, de modo que escuche la pasñita de sus sueños que ya brinca disimulada por el amante secreto. El cholito parece imitar al gallito chusco que descubre su canto primerizo y a cada rato repite desentonadamente. A veces se cortejan como los asnos, entre patadas y mordidas de pescuezo, se entienden que son el uno para el otro; a eso dicen “amor serrano”. Pero su sincero corazón va más allá de lo pasajero, se enamoran para siempre, ellos no saben de engaños ni vacilones y a muy temprana edad muchas veces asumen responsabilidades. Casi siempre se hacen padres sin haber concluido su adolescencia.

Allá por los finos parajes de Huallhuayocc se está celebrando la fiestita del pueblo; es la noche de víspera y la pequeña plazuelita está rebalsando de gente del lugar, todos bailan al ritmo apretado de las notas del pinkullo y la tinya, engendros del viento. Toca las agitadas notas del Chachaschay y todos zapatean más, entre tanto, desaparecen en las gargantas de grandes y chicos, botellas de trago y garrafas de chicha. Se encienden humaredas de runatoros y cohetes, la capillita blanqueada con su única torre se ve como suspendida en el espacio.

Por afuera se oye el agua que fluye por la zanja, entre las plantas de aliso y añosos eucaliptos que enfilados se pierden oscuros en la cuesta. La pequeña y bien diseñada capilla con esmero, tiene sus puertas abiertas de par en par, el único arco que sostiene la torre con ancha base, está rodeado por su gradería que sirve de asiento a las mamachas que ya terminaron de rezar, pero sigue llegando la gente empuñando velas para prenderse al “Santo Rostro” y la enorme cruz que descansa apoyada en la pared.  Es curioso ver a los runas con su cabellera desgreñada e hirsuta que aún muestra la marca del sombrero que cubría su testa; por devoción se lo quitaron antes de entrar a la capilla. Las más ancianas del pueblo con el semblante de recogimiento y más atentas, entran como cargando su pecado y dejarlo en una oración para comulgar con el perdón.

Después del rezo de turno, se instalan en la plazuelita que quepa en un palmo para levantar polvareda al ritmo de la tinya y pincullo. Esta vez el mayordomo se ha esmerado, trajo una orquestita parchada de Pazos, cuyos acordes desencajados son genuinas melodías para los oídos de los borrachos. Don Eladio está más ocupado en su cargo de cabecilla y su esposa cuida con ojos severos a Pelaya, su hija, sentada bajo  una pared. La cholita es buena mozona, ya pasa sus dieciséis abriles, sus senitos tamborileantes la hace más coqueta y apetecible a los ojos de los cholitos que emponchados la observan inquietos desde lejos, nadie se atreve a invitarla a bailar, más que por timidez es por temor a doña Bachi que con garrote en mano vigila a la mocita. Los tragos y jarras de chicha vienen de diferentes manos, doña Bachi y mamá Erne ya orbitan en otro mundo hablando mal de sus maridos. Doña Erne por designios de la naturaleza tiene los ojos color del cielo, todos la ven con sorna; su descuido personal ha tornado su tez blanca en color mulato y su sombrero blanco de paja, luce como un caseto de manteca, por eso en el pueblo todos le dicen mantecachuco (sombrero de manteca).
Más allá en el borde de la plazuela bajo una improvisada carpa de costales y mantadas que atiende una soñolienta señora, están dos majtas con sus cincuenta grados de alcohol, entre trago y trago, recuerdan sus mataperradas del cuartel; ya pasan sus veinte años y toman harto como retando a los mayores del pueblo. Uno de ellos es el Wepecha, el hijo mayor de doña Bachi y el otro Gelacio, hijo mayor de don Tulio, ya se están estimando; no falta trago en sus manos, pero algo curioso sucede entre ellos.

El cholito Gelacio ha clavado su mirada en un punto fijo, no ha desviado su mirada que traspasa la multitud y se estrella bajo la pared donde está Pelaya atada al cuidado de su madre, que ya hace  resbalar por su garganta jarros de chicha o trago; si la gente bailarina se interpone para ver a su prenda, tiene que estirar el cuello para asegurarse que la mocita sigue en su lugar. Desfilan muchas ideas por su borracha cabeza, ¿cómo sacarla?; el muchacho está inquieto y no puede disimular. Su compañero de tragos se ha dado cuenta, se le nota muy distraído a la conversación pero muy solícito a los tragos, ni bien se acaba la botella, Gelacio auspicia el gasto, señal de estar haciéndose querer con el futuro cuñado, algo se trae entre manos.

_ Creo has templao de me hermana _ le increpa Wepecha al cholo Gelacio que no deja de ver a la pasñita que habla como cantando.
_ No chuchirita, estás vendo mal, creo el trago ya está en to cabiza.
_ Siguro me tomarás por cujudo, hace rato istás cuidando; si nota intri varones pindijito.
_ Si no te molistas te dego la virdad _ Estaba a punto de sincerarse el cholón enamorado.
_ Habla carajo si iris hombre, por oltemo, me hermana no será para me.
_ La virdad,  virdad; se me gosta to hermana, ista buena la Pelayacha jay, pero nunca hey decho nada.
_ Cuidao caraju con lo que hablas _ Wepecha fingió cierta molestia, pero en el fondo, estaba dispuesto a vender su alma al demonio _ Pero se quires te hago vivir con ella.
_ Pero que derán tus padres, ño Eladio y ña Bachi.

_ ¡Escochame! , cojodeto… en mi casa yo mando, con mes viejos no pasa nada; pero ahura mismo veré si eres macheto o eres un realeto.

El cholo de nariz aguileña, se levantó trastabillante y gambeteando entre la gente se fue donde su hermana que terminaba de sentarse media aburrida y bostezando de frío. Doña Bachi ya marcaba sus cincuenta grados de alcohol; el malcriado cholo cogió de la mano a su hermana y so pretexto de bailar lo escabulló entre la gente. El trompudo Gelacio esperaba timorato en la carpa, los nervios le asaltaban y destilaba sudor incesante por la nariz como Teófilo Huayra, al ver que la mocita de sus sueños se acercaba jalada por su hermano.

_ Ahura vas bailar con él; depende de ostedes no más ya, yo estaré por allá no más.
_ A mamá hey dejao sola _ quiso resistirse Pelaya.

_ No pasará nada con esa vieja, baila no más _ Increpó Wepecha y llevándose la botella de trago los dejó solos.
Los dos tórtolos se fueron entre el ruedo de la gente para sacarle chispas a la noche. Algo siente su corazoncito de cholita inocente, Gelacho le cae bien y es oportuno para poner en prueba sus dotes de mujer que ya terminó de crecer; pues ella también sabe enamorarse. La noche es aún joven y la luna menguante ya está saliendo para iluminar las laderas del viento que mueve acompasado las hojarascas  de los maizales aledaños. Gelacho y Pelaya se han prendido en constantes zapateos y luego de cada ritmo se van a un lado a beber como quien aplaca la sed, entre tanto Wepecha ya hace oír en otro grupo sus desatinadas opiniones haciendo creer algo a los cholitos del pueblo.

_ Tú me gustas Pelaya, yo te quiere mucho._ Se declara Gelacho
_ ¿Cómo será estes cosas?, nunca noy sabido, se enteran mes papás me harán castegar con mi padrino; él es ben recto, no le gusta estes tonteras.
_ No pasará nada Pelayita, ricordarás, además ya estamos en nostro derecho _ El mozuelo ha tomado de la mano a la cholita y está a punto de convencerla a pesar de su huraño proceder que tiene un aire arisco.

Pero el maqta es bisoño en lides amorosas, su temor se está desvaneciendo al ritmo de los efectos del trago que beben a escondidas de sus padres. Mejor se van más allá, a la soledad y más oscurito donde nadie pueda sospechar de sus cuitas; las lámparas de las carpas ya no llegan a iluminar con claridad y al poco rato han desaparecido por completo y en algún pajal  de cebada se está librando una lujuriosa batalla con hondo pecado de amor. Ya bordea casi la media noche y más de medio pueblo está borracho, han quedado como corontas o marlos regados en los rincones y dinteles; pero doña Erne canta hipando obstinadamente el chachaschay.

Ñachu mamayki yachanña chachaschay,
Qori anillo qosqayta chachaschay
Yachachun, yachachun chachaschay
Warma sonqoy qosqayta chachaschay…

Los más cuerdos se retiran llevando a sus borrachos, mañana vendrá el cura Sosa de Pampas a decir su misa; se llevan para el camino una botella de trago y cuesta abajo jaloneándose entre borrachos o con su pareja, unos rodando y otros dando piruetas en el aire, buscan sus casuchas para descansar.

Mama Bachi ya encontró a su marido y falta su hija; _ ¿Dónde está la Pelayacha? _ ¡ah!, por fin la encontraron, está en la puerta de la capilla conversando nerviosa con Mariacha, la hija de doña Erne; también es otra mocita simpaticona del lugar, pero ella ya libró más de tres batallas esa noche; cholos recios galoparon en sus muslos. El cholo Gelacio ya partió medio borracho pero contento, deshojando margaritas por el camino oscuro y solitario que a intervalos está regado de borrachos, wapean y cantan desentonando las letras de algún huaynito serrano de la zona o gruñen como un cerdo encharcado esperando que el frío los despierte.

Pelaya y Gelacho cambiaron sus vidas desde esa noche; ya nada era igual; Wepecha sabía todo; los pactos y encargos funcionaban casi a la perfección. Las visitas a la niñacha ya se hicieron más atrevidas, con consentimiento del hermano y la complicidad de la noche, el cholo Gelacho había encontrado un lugar para escalar la pared del corral y llegar hasta la cama de la muchacha.

_ Mi hermana durme en segondo piso sola no más _ Había referido Wepecha.
                En una de las tantas visitas nocturnas, el cholo Gelacho ya se retiraba exhausto luego de la “faena” a la hora del sueño propicio; éste acostumbraba llevar huesos para que los perros no lo retacearan, ya era un caserito;  no había advertido en la oscuridad que al iniciar la grada había una lata grande y vacía; a pesar de ir a tientas,  para el mal de sus culpas, tropezó en ella despertando un ruido que alertó a todos los de la casa.

Don Eladio saltó raudo de su cawito, _ Suwa carajo, jatariy Wepecha, suwa _ Pero da la casualidad que hasta los perros cómplices esa noche no ladraron, y mientras duraba el afán de encontrar una linterna, aprovechó el cholo Gelacio y como buen licenciado del ejército brincó de un salto la pared más cercana y fue a dar sobre un ankukichca;  pero eso no importó y siguió su rumbo asustado con las espinas clavadas en toda su posadera. Wepecha salió con un palo en la mano y para no hacer sospechar su complicidad, con furia chancó la pared haciendo el ademán de haberle propinado un garrotazo al supuesto ladrón.

_ Chay gringucham papay _ Echó la culpa a otro.  Había un gringuito de mala costumbre en el pueblo aficionado a la cleptomanía.

Pelaya sudaba frío de susto en su cama. Todos, después de revisar sus ganados, volvieron a conciliar con el sueño; pero… alguien sabía todo el cuento y eso era motivo para tener a la hermana bajo chantaje y ella por su parte tenía que esmerarse en atenciones para comprar su silencio.

Las visitas nocturnas continuaron, pero con más cautela; pero bien dicen que, tanto va el cántaro al agua que tiene que rebalsar. Pelaya embarazó y no se pudo esconder por mucho tiempo el estado grávido. Ella no podía decir el nombre del fulano por los muchos temores que la oprimían y solo terminaba en llanto. Suele suceder en nuestra serranía, los padres son los últimos en enterarse de lo que hacen los hijos, aducimos por la falta de confianza y la ignominia de los campesinos.

El mismo Wepecha tuvo que delatar a su hermana; los padres asombrados, pues nunca habían visto a su hija en amoríos con el tal Gelacho; pero que se hace; a lo hecho, pecho, hay que solucionar el problema, tendrán que casarse.

Entraron en diálogo los padres de ambos para darle formalidad a pesar de las pequeñas broncas. Doña Bachi tenía todo el ánimo de desarmarle la espalda al cholo Gelacho con una rajada de leña por haber deshonrado a su hija, pero el compadre Tulio intervino _ Tranquilida ña Bachi, hablaremos pues; tomando esta copita entraremos en razón, que sacamos peleando entre parentes… Salú don Eladio _ y fueron resbalando por sus gargantas sendos tragos de aguardiente. La noche no tuvo fin, el trago fue el mejor juez y al amanecer se estaban despidiendo ebrios los nuevos compadres después de haber puesto las cosas en su sitio… deber cumplido.

Al cabo de un mes, ese amor de primera vista se estaba convirtiendo en un matrimonio sin orquesta; el cholito Gelacho vestía su mejor traje de gabardina con un pantalón  hasta la canilla completando con un peinado a la cachetada y Pelaya una falda de mil rayas, sus trenzas hasta la cintura terminaban atados con una margarita. El tayta cura los conminó al juramento en la capilla de Pampablanca y se juntaron para siempre.

En las comunidades inhóspitas del Perú, suele vivirse un círculo vicioso; cuando los hijos llegan a cumplir sus catorce, quince o un poquito más años de edad, los padres los hacen casar, so pretexto de estar cumpliendo con un deber; entonces de la pubertad o adolescencia pasan a ser padres de familia sin la debida 
experiencia, cuando llegan a sus veinticinco años de edad, ya cargan con  cinco o seis hijos sumidos en la completa pobreza, y mientras la mujer pueda fecundar, es de imaginarse, llegan a tener hasta más de una docena de hijos sin poder educarlos; tener muchos hijos es la diversión del pobre. Existen abuelos sin haber cumplido sus treinta años. A eso le dicen deber cumplido

Autor: Miguel Angel Alarcón León
Obra: Los Tinterillos y otros Relatos Andinos.
Febrero del 2011

lunes, 18 de junio de 2012

EL TESORO DE LUYCHUPAMPA



Es de conocimiento nuestro, que los antiguos pobladores peruanos, incas y pre incas, han tenido vasto conocimiento de la metalurgia, sobre todo del oro y la plata, prueba de ello son los vestigios encontrados por los estudiosos de las diferentes culturas que nos antecedieron, y es más; cuando el Inca Atahualpa fue apresado por los invasores españoles, él ofreció un pago por su rescate consistente en oro y plata, se estaba perpetrando el primer secuestro en el Perú; pues sabía que los ojos de los intrusos estaban iluminados de ambición y codicia, los había enloquecido la valía y la preciosura de la riqueza. Era claro de entender que existía en abundancia oro y plata en nuestro territorio.

Luego de la capitulación de Ayacucho en 1824, entre muchos beneficios, los españoles y mestizos fueron favorecidos con propiedades, hasta con minas de oro y plata; muchos de ellos llegaron por nuestra zona y hasta fundaron Pampas, pero de alguna forma la herida de la explotación de siglos aún sangraba; los españoles eran hostilizados por los patriotas, ello los obligó cruzar el río Mantaro haciendo uso de waros para establecerse aislados en la parte peninsular de Tayacaja, se fueron al “chimpa lao” lo que quiere decir “los del frente” por lo que los bautizaron con el gentilicio de “chimpino” y que posteriormente se entendió como “chimbino”; tal es así que, a la gente que procede de Salcabamba, Quishuar, Surcubamba, Huachocolpa, Tintay Punco y otros aledaños, los llaman “chimbinos”, gente de tez blanca y ojos claros con apellidos castellanos.

Curiosamente en las rocas ribereñas del Opamayo, partiendo de La Colpa, aguas abajo, existen vestigios de minas y bocaminas antiguas; hasta hoy existe rasgos de un horno de fundición en los bajíos de Qormis donde confluyen el Opamayo y el río Checche como también lo hay en Luychupampa; en toda esa zona, huellas de perforaciones en las rocas de los que han extraído metales, ello se prolonga hasta llegar a la confluencia de los ríosHuanchuy y Mantaro.

En la quebrada de Huanchuy por los bajíos  de Cucharán, aún hay rasgos de ruinas de la antigua abadía Jesuita, como lo hay en Chicyacc; estos grupos religiosos se dedicaban al estudio de la zoología, botánica y la metalurgia. Los apellidos Abad y Monje que ya no abundan en la zona, están relacionados con grupos religiosos pertenecientes a una dinastía. Las abadías eran iglesias  o monasterios que estaban gobernados por un abad, tenía todo el poder en sus propiedades y se hicieron de grandes haciendas en la zona. Por otra parte, el monje es el religioso que vive en un monasterio, caracterizado por ser muy solitario o anacoreta dedicado mucho a la levitación. Las ruinas del monasterio de Chicyacc y la de Huanchuy, es prueba de que han existido grupos religiosos por nuestra zona y que hoy existen solo como apellidos.

Una madrugada de abril cuando las lluvias de la serranía ya están escampando y avizora la llegada de las guindas y las tunas de la quebrada, dos hombres se disponen a forrar los lomos de sus asnos con caronas y esteras asegurándolos con  cinchas y sogas.  La partida es de Mashuayllo, don Víctor Pineda y Eleazar Huaycuchi, jóvenes de entonces muy entusiasmados harán un poco de aventura hacia la profundidad de las quebradas de Huanchuy y el Mantaro, el viaje está programado hasta Mitupata y Luychupampa, deberán caminar por terrenos y caminos agrestes, este viaje está planificado desde  algunos días atrás. Sus equipajes son  un montón de encargos, sobre todo a don Víctor, la esposa le repitió varias veces; _ Me vas a traer tunas blanquillo, no te vayas a olvidar _ a la par le preparaba una opípara merienda con harto refresco para el calor de la quebrada. Partieron respirando frescura apenas el alba hacía distinguir con su opaca luz la senda del camino pedregoso. Las bestias empezaron la bajada con su traqueteo monótono y sus alforjas campaneantes, seguidas por  sus arrieros se perdieron en la espesura de los molles y ccaratos.

Al dar la media mañana los dos gañanes se han refundido en la agreste quebrada de Huanchuy; desde el balconcillo de Cucharán sienten lastimar sus oídos con el estruendoso caudal del río, las piedras enormes irrumpen la agilidad de sus aguas y hace estrellar de peñón en peñón su corriente formando pozas, cataratas y remolinos en las profundidades. El calor es más sofocante cada vez que se internan en el fondo de la quebrada, pero saben soportar los rigores de la serranía, están cuajados por el duro azote de la compleja geografía. Los caminos de metal consumen y agotan sus recias energías oponiéndose a su avance, a esto lo llaman “beta” los caminantes que se tragan leguas; en estos casos es muy urgente alimentarse al instante ingiriendo harto líquido con limón.

Al llegar al borde del río, apenas se puede oír lo que conversan, es preciso comer la merienda, pero los mosquitos del lugar festinan con la sangre de los viajeros y se hace reprochable el descanso que mucha falta les hace; sin embargo han devorado hasta el final una gallina azada acompañado de sendos puñados de cancha, luego se pierden en ambas gargantas porongos enteros de limonada. Los seis burros que arrean, comen hojas de cañaveral que no falta en la zona.

_ Pasaremos hoy mismo hasta Mitupata y si el tiempo nos alcanza llegaremos a Jatuspata donde el ñato Martínez _ dice don Víctor al instante en que asusta con una piedra a uno de los burros que se está alejando del grupo.

_ Hay un poco de tiempo todavía don Víctor, descansaremos un poquito más aunque estos moscos ya me están comiendo._ le responde Huaycuchi.

Reanudaron nuevamente la marcha por esos caminos de la quebrada que son como cintas regadas en la vasta montaña, son cintas que se pierden y aparecen tras una roca o lomada, pero los abismos cerca del Mantaro son extravagantes, una mala pisada y es para perderse en sus turbulentas aguas, por esta misma razón es preciso caminar con cautela, pero las bestias ruteras se perfilan con facilidad como verdaderos pilotos de las sendas andinas.

Las lomadas desérticas de la quebrada silvestre, es hábitat de cactus abundante y plantas de cabuya, en las gigantonas velas de esos espinos, armonizan obstinados chirridos y vuelan las chicharras de un lugar a otro y las lagartijas del sitio cruzan asustados los caminos al captar la presencia extraña de las bestias y humanos. Cuelgan de las rocas altas, waranqos, helechos, el ccaccawayuna y se ve  perderse el cristalino Huanchuy en las turbias aguas del  río Mantaro.

La tarde es fresca en la quebrada, el viento tibio anima la caminata y la cuesta se hace más liviana; los asnos jadeantes dirigen sus orejas hacia la ruta como indicar el deseo de descanso. El sol se ha escondido tras las crestas de la alta montaña occidental tapizada de rocas graníticas, dejando sus últimas luces brillosas en los picos del oriente como si brillaran las luces mágicas escondido en sus entrañas de oro.

Una amistad de la zona que tiene su pequeño fundo les dio descanso esa noche, raleados por el cansancio debilitados por el rigor del calor de la quebrada, quedaron ambos exhaustos. La mañana llegó tan rápido y sabían que las tunas hay que recoger temprano antes que caliente el ambiente y sople el viento para evitar el fastidio de la “hita”, pequeñas espinillas que cubre el fruto, se apuran en dirigirse a las chacras cerca de la meseta de Luychupampa, lugar predilecto para los tunales y de frutos incomparables, morados, rojos y los blanquillos que solo da en espacios especiales, es escaso; tal es así que había que entrar tras de unas rocas por caminos sin señal.

_ Don Eleazar, vayas cogiendo pues, yo iré por el encargo de mi esposa; por blanquillo me ha encargado, más allá en esas rocas hay. _ Dicho esto don Víctor se fue perdiéndose entre las matas y tunales, llevando en la mano una pequeña bolsa de yute.

Haciendo camino se abrió paso, pero curiosamente a medida que avanzaba, los frutos se ofrecían cada vez mejores, más allá eran más hermosas, hasta hacerlo sentir miedo; pero el osado aventurero siguió avanzando ambicionado, por querer llevar lo mejor para su mujer; pero grande fue su sorpresa, al voltear una enorme roca nativa entre la plantación, de una especie de pared con hueco, se derramaba como la arena abundante oro, pero desaparecía en el suelo; el hombre quedó alelado hasta olvidarse de los blanquillos; reaccionó de inmediato y sin pensarlo dos veces puso la bolsa en el chorro hasta llenarlo; como no había otra cosa en que recibir, volvió lo más rápido que pudo en busca de su compañero llevando lo poco que había recogido.

 Al darle la noticia, los dos fueron con más costales hasta el lugar, pero extrañamente de aquella roca estaba cayendo arena; se conformaron con lo que ya tenían y recogiendo la tuna blanca se fueron para apresurar su retorno a casa. Cargaron sus burros y emprendieron el retorno; el calor ya abrazaba la quebrada con sus brazos de fuego, las bestias arrastraban sus pies en la bajada y don Víctor sintió la necesidad de apoyarse, pues estaba sintiendo extraños mareos, ya no estaba bien, parecía sentir sus pies atados y girar el mundo sobre él, caminaba como un borracho y finalmente contaron por ahí que al pasar el puente colgante  sobre el río Mantaro, accidentalmente se cayó y nunca más volvió a su hogar. Huaycuchi debió saber eso y el destino del oro recogido. Volvió sólo con la triste noticia que nadie pudo remediar, acaso los blanquillos fueron el consuelo para su familia. Años después don Eleazar se fue a la capital y montó un negocio próspero.

Durante mucho tiempo los aventureros, y herederos de la ambición española han soñado con encontrar una antigua mina que fue sepultada por una avalancha de toneladas de tierra y rocas con una fortuna que calculan en ocho toneladas de oro y otro tanto de plata por la zona de Luychupampa y los bajíos de Tacana sin poder llegar al punto donde la montaña guarda celosamente el secreto de esa fortuna, se han invertido sueños y trasnochadas ilusiones, pero hasta hoy los Apus entrañan su riqueza.

Autor: Miguel Angel Alarcón León
LOS TINTERILLOS y Otros Relatos Andinos
Edit. Febrero del 2011