Esta hermosa narración pertenece a la pluma del
escritor tayacajino Miguel Angel Alarcón quien con un estilo propio nos
traslada a la época de las haciendas, fundos, y pueblitos donde los
protagonistas nos ofrecen una historia digna de leerlo. El Blog Saposaqta
agradece al autor por permitir que su obra sea difundida por este medio.
La
mañana de la serranía aún matizaba el ambiente entre el claro y el alba, era el
siguiente día del viaje fingido a la vecina hacienda “Perseverancia”. Don
Aurelio desmontó del hidalgo lomo de un hermoso potro airoso, cuyos belfos
espumantes hicieron resollar en el patio, sendos rebuznos de cansancio. El
pongo madrugador recibió por las riendas al noble bruto y luego de un reverente
saludo a su amo, se llevó el animal para alimentarlo.
Era
muy de mañana, los solsticios del verano inundaba de tenue luz los espacios; la
tibia brisa de la serrana quebrada mecía los warangos y molles
arrebatando de sus sueños a las tuyas y cuculíes de los zarzales que raudos
refrenaron el vuelo hacia los cañaverales donde bandadas de loros y qaqechos festinaban
los frutales en sazón. Esa armonía matutina del ambiente que callaba con el
sutil rumor de las aguas del Mantaro, no contrastaba con la turbada mente de
don Aurelio, dominado por los celos permanentes, le hacía vacilar en ensayos de
maltrato y constante humillación a su esposa; sin embargo, la fiel y por demás
bella Rebeca, era incapaz de traicionar a su marido ni con el pensamiento.
Las
botas de cuero ceñido al pantalón de montar, rechinaron en el empedrado del
patio y al ingresar al corredor se quitó el poncho color vicuña y el sombrero
de fina piel de potro e hizo estribar su recio cuerpo en la antigua y bien
tallada butaca de cuero; propio de una hacienda veterana como los que hubo
antaño.
Las
huellas de su propio caballo alrededor de la casa, fue motivo esa mañana para
decirle _ ¿Cuál de tus queridos te visitó anoche?... allí están las huellas de
su caballo. _ Rebeca caía en estupor sin saber de qué la acusaba; sólo su anciana
suegra salía en su defensa… Don Aurelio estaba severamente enfermo de celos;
cuando ya no había motivos de maltrato, fingía viajes para volver a la media
noche, dar vueltas alrededor de la casa y dejar huellas para al día siguiente
acusar por la supuesta visita de algún amante.
Las
chacras de la fecunda hacienda “B…” florecían todo el año; hermosas pampas como
elevados sobre el barranco del Anqoymayo hasta los límites de Locroja; por los
costados, dos cristalinos riachuelos con agua permanente que hacían verdear los
cañaverales, retorcer en sus tallos a los frijoles y panamitos, paruar los
maizales y como cerco natural abundante plantas frutales. En su tiempo, ya
colgaban de sus tallos enormes campanas de plátanos en sazón, amarillaban las
papayas, se columpiaban en sus ramas los naranjos y los mangos inundaban de
palidez los copos de sus árboles.
Las
partes altas de la hacienda cubierta de tierras eriazas, estaba poblado por
ganado propio del lugar, cabras, ovinos y un gran hato de acémilas listas para
ensillar. Mucha abundancia, peones serviles a disposición; pero en contraste,
lo que no abundaba era la paz, la que debería primar en el hogar; verdadero
motivo para disfrutar de todo cuanto se logra con el trabajo. Rebeca era
realmente una mujer muy atractiva; tal vez eso obsesionó al marido que no
deseaba que nadie más la codiciara, entonces; ¿por qué los maltratos?, ¿acaso
había motivos?; cuando los celos se convierten en una enfermedad, enceguece la
razón; pues entonces, el amor se torna en una falsa sensación obstinada de
crear terror y dibujar fantasmas donde nos las hay, con tal de retener por la
fuerza a la pareja, un amor enfermizo.
Rebeca
tenía alguien que la protegía, su suegra; la pobre anciana siempre se
interponía cual escudo cuando se animaban los problemas, la protegía de los
maltratos y agresiones del marido; pues ella sabía más que nadie la fidelidad
de la nuera. Esta fue la vida de Rebeca por muchos años, más parecía no tener
fin.
Una
mañana de octubre, don Aurelio preparó un viaje a la capital, tenía que visitar
a sus hijos que estudiaban por allá, fácil encontró una movilidad que procedía
de Mayocc; se fue sin presagiar que, aquél viaje estaba dando un nuevo rumbo a la
vida de su familia y el destino de sus propiedades. Era obvio que el viaje del
hacendado demoraría cuanto menos una semana; entonces, la anciana suegra
aprovechó esta ausencia para salvar a la nuera. Con el corazón plagado de
sinceridad y para evitar desgracias posteriores, le dijo a Rebeca con voz
débil, quebrándose en llanto y frunciendo el ceño adusto; _ Hija mía, ya estoy
muy anciana, cualquier día me llegará la parca y te quedarás sola, no habrá
quien te defienda de las agresiones de mi hijo; cuando ya no esté, hasta podría
matarte; toma el pequeño ahorro que tengo y vete a mudar, huye muy lejos donde
tu marido no te encuentre, nadie debe conocer tu paradero y has otra vida.
Rebeca
no lo pensó dos veces; pues, sabía que esa era la oportunidad para acabar con
muchos años de martirio, y sin llevar casi nada, partió rauda por el angosto
camino de la quebrada sin rumbo alguno, echó su andar al destino, no hubo
tiempo para despedidas. Los cañaverales que por derecho le pertenecían,
mecieron sus lanceoladas hojas con la suave brisa de la quebrada, los molles la
despidieron con su arbitral aroma y cuando el sol con aplomo acertaba sus
dardos de fuego desde el cenit, se oyó el chasquido de una agorera ave en la
alta rama del añoso roble que se erguía en el patio principal de la casa.
Es
de imaginarse que a su retorno don Aurelio no concibió tal atrevimiento de su
mujer; la buscó por todas partes, preguntó a muchas personas y agotado
pensó _ La infiel habrá huido con algún amante…_ Lloró desconsolado hasta el
hastío y pensó que; “nadie sabe lo que tiene hasta
cuando lo pierde” . Todo se le vino de malas, en ese trance, también perdió
a su madre anciana, le llegó la hora negra y se fue guardando el secreto de la
nuera, bien dicen que “los males no
vienen solos”. Don Aurelio, era de
esos hombres de decisiones firmes, entendió que la vida continuaba y que en
ella se pierden peores cosas; se sobre puso a sus males y continuó con la
rutina del trabajo, algún día olvidaría sus penas en un recodo de su soledad.
II
Eran
los años en que escaseaban los abogados, en pequeñas ciudades como Pampas, los
juicios lo defendían los picapleitos o leguleyos que, en el lenguaje más usual
y sin bochornos los llamaban con desprecio los tinterillos; hacían las veces de abogado, desde luego que para sus
argucias tenían que conocer algo de leyes, aunque sea al revés, en más de las
veces desarrollaban habilidad persuasiva para encandilar a sus ingenuos
clientes y convertirlos en vacas lecheras o en las gallinas de los huevos de
oro. Hubo muchos de ellos en Pampas; la defensa no era cautiva; entre ellos uno
apodado “El Chino”, era un viejito testarudo de procedencia huancavelicana, que
por mucho batallar toda su vida en el oficio de embustero, sentó raíces en el
pueblo y se hizo de muchas cosas gracias a su astucia, que muchos confunden por
habilidad; tomó como suyo muebles e inmuebles de sus prójimos.
La
mañana tenía la claridad serrana cuando no llueve; el pueblo huancavelicano
gozaba del otoño usual, y su fría temperatura a pesar del sol, se extendía
desde las cumbres del Potoccsi hasta dar sus alas de hielo en las altas
pendientes del granítico Oropesa. “El Chino” estaba ocasionalmente visitando su
terruño y de paso andando en alguna tinterillada de costumbre; se sorprendió
cuando en una de sus callejuelas vio como a un fantasma, la imagen antigua de
un rostro conocido; era Rebeca, ambos se conocían por alguna ocasión y hasta
había cierto parentesco, luego de un ineludible saludo decidieron desayunar
juntos para seguir charlando.
“El
Chino” no dejó ni un minuto para hacerle una andanada de preguntas y averiguaciones
sobre su paradero y el misterio de su desaparición de la hacienda, a las que
ella respondió con sinceridad y elocuencia; virtudes que la caracterizaba, ello
despertó un interés maligno en el viejo, rápido se le prendió el “foquito”,
como se suele decir; con astucia pensó en una acción que le haría beneficiario
de pingues ganancias, el muy veterano amablemente y vistiéndose de cordero le
hizo una solícita propuesta:
_
Doña Rebeca, ahora que no está usted muy bien, no debe permitir que sólo su
marido sea el beneficiario de la hacienda que le pertenece a los dos, debería
reclamar sus derechos y con un juicio bien llevado, recuperará lo que no tuvo
en muchos años de su ausencia.
_
Señor C… esto de los juicios es un afán, viajar desde Puquio a Pampas para esas
cosas requiere de tiempo y dinero, eso no está a mi alcance; realmente no me
interesa. _ respondió la señora.
“El
Chino” insistió; pues algo se traía entre manos, entonces le hizo una propuesta
mucho más convincente a la que terminó aceptando casi sin querer.
_
Rebeca, a usted no le costará nada, gastos ni viajes, ni perderá su tiempo; me
otorga un poder y del resto me encargo; verá que no se va arrepentir _ El viejo
tinterillo salió convenciéndola y apurándose en pagar atentamente la cuenta del
desayuno; pese a su tacañería, salieron juntos en busca de un notario. “El
Chino” tenía bastante amistad en su pueblo, alguna vez había sido escribano.
Empezaron
a redactar un poder lleno de argucias; “El Chino” se puso frente a la máquina
de escribir, empleando el estilo refinado de tinterillo, adornó y picó en cada
treta con términos usuales para el fraude de modo que la balanza incline el
peso a favor del viejo; más que poder, era un seguro para sus intereses. Entre
lo que más resaltaba era; que la ganancia del juicio sería dividido en partes
iguales. _ Firme aquí doña Rebeca y asunto concluido, yo me encargo de lo
demás, le tendré informada de todo cuanto suceda, déjeme una dirección y vuelva
tranquila nomás…
Se
despidieron los nuevos socios haciéndose muchos encargos; aun siendo pesimista
doña Rebeca y que la propuesta no surtiría efecto, se fue soñando con el curita de Cora Cora.
Pero en fin, como nada le iba costar, que importaba; allá el tinterillo, que
vea su caso.
En
el Juzgado de Pampas una mañana de sol radiante, se presentó tan apurado el
tinterillo, y casi sin saludar a nadie, entró a la oficina del secretario
llevando una demanda ampulosa; era como de cinco páginas, a ello adjuntaba una
copia del poder y otros papeluchos más. Se estaba iniciando la larga travesía
del Juicio de Liquidación de Gananciales, Usufructos no Percibidos, Daños y
Perjuicios, Costos y costas del pleito, etc.; a esto siguieron sendos escritos querellantes, cargados de
abundante literatura de tipo batiburrillo, de derecho y dogma, parafraseados de
citas legales y fundamentaciones por doquier y los otrosí que desfilaron por el
despacho del Juez; “El Chino” se convirtió en el paladín de la justicia,
defensor de la desposeída mujer de un hacendado, y poco a poco fue engordando el
expediente, consigo, el apetito ambicioso del embustero y desde luego, ganarse
alguito más de lo previsto…
Don Aurelio había tenido que interrumpir sus
quehaceres de la hacienda; montar muy de madrugada su más brioso caballo y
atravesar la cobriza montaña de la quebrada, para llegar a Pampas y responder
por el juicio que, dicho sea de paso, le había caído como un baldazo de agua
fría; después de muchos años apareció su mujer, a la que había creído muerta y
sólo para demandarlo; pero aun así, decidió afrontar el pleito.
El
hacendado al llegar al pueblo, fue recomendado a don “Teo”; un tinterillo de
mediana estatura y pelada testa, su abultado abdomen parecía decir que la
cosecha era en abundancia; era de esos que hacían durar los juicios una
eternidad, de modo que consideraba a un litigante como “La gallina de los
huevos de oro”. Decían que don Teo cuando tomaba sus traguitos con sus amigos,
hacía gala de su masculinidad y solía decir que; cuando orinaba hasta la pared
se hinchaba. Meaba cogiendo su genital con las dos manos como si llevara un
bulto pesado y de orgullosa ventaja. Era de esos tipos a los que llaman
libidinosos, miraba a una mujer y sus ojos se iluminaban como semáforos en
peligro, se lamía los labios como el perro que roba manteca. Tenía un hijo
estudiando derecho en Lima y aprovechando sus vacaciones, hizo una visita a su
padre en Pampas, don Teo se dio un corto descanso y encargó los juicios y la
oficina a su hijo; el joven intrépido y
como buen estudiante de derecho, en una semana había matado tres juicios con
solo presentar un recurso; a su retorno su padre le pidió cuentas y el hijo le
manifestó que; en vano mantenía los juicios pudiendo resolverse de la forma
más breve; a esto don Teo respondió; _ So
mozalbete atrevido, con qué crees que pago tus estudios…? , mataste a la
gallina de los huevos de oro.
Don
Aurelio, tampoco podía abandonar sus quehaceres y permanecer defendiendo el
juicio, otorgó un poder a don Teo para que se encargara; pactaron los
honorarios que, desde luego eran muy onerosos
y con muchas promesas don Teo despidió al hacendado llenándole de esperanzas. _
Vaya no más don Aurelio, está usted confiando en mejores manos, déjeme un
adelantito y en dos por tres lo tendremos en el bolsillo a ese chinito
testarudo. _ Don Teo era el rey de la fanfarronería ilimitada, un tinterillo
refinado y a carta cabal.
Siguió
el juicio con comparendos y todas las diligencias de naturaleza; toda la
balanza se inclinaba a favor de los demandantes; mas por el descuido de don Teo
que no fue leal al trato; ¡ah!, pero si, de puntual cobranza. Don Aurelio le
hacía esporádicas visitas y todas ellas terminaban en comilonas y borracheras;
el hacendado tenía que gastar hasta en los vicios de su defensor y siempre era
la misma historia, _ Pero cómo don Aurelio, usted confíe en mí, todo está de
nuestro lado, ese chinito está perdido. _ Y el varón confiado retornaba a sus
quehaceres.
En
una de sus tantas visitas, el hacendado se había encontrado con “El chino” en
la plaza de Pampas y a pesar de ser su parte contraria, le había referido que
el juicio le estaba yendo mal. _Está usted montado en un mal caballo don
Aurelio, ese juicio los vas a perder. _ Había empleado su metáfora para darle a
entender que su juicio lo estaban defendiendo muy mal. Oído esto, se fue a
buscar a don Teo para reclamarle y que le aclare sobre el caso, pero primó la
fanfarronería para decirle, _ Ese chinito te dijo eso porque ya sabe que lo
tenemos en el bolsillo, ya se siente perdido por eso está asustado; vaya
tranquilo no más don Aurelio siga disfrutando de sus ganancias, el resto es mi
trabajo; para eso pues yo soy su cholo, su servil.
De
tanto tramitar el juicio, llegó el día de la sentencia, todo fue a favor de los
demandantes; don Aurelio fracasó completamente en el juicio y por el usufructo
de muchos años ya nada le correspondía. Luego vino la orden de desalojo y el
imperio se derrumbó cual castillo de naipes, el hacendado quedó pluma al aire,
perdió toda la hacienda y nada le quedó. Por tantas desgracias juntas,
desahuciado, se dio al abandono, dicen que lo veían en Izcuchaca hasta
dedicándose al alcohol, viviendo de la voluntad ajena y posteriormente sus
hijos se lo llevaron a la capital.
“El
Chino” si estaba con una sonrisa de oreja a oreja, hizo llamar a doña Rebeca
para el reparto de la ganancia, y haciendo uso de su astucia inagotable de buen
tinterillo, se quedó con la mejor parte de la hacienda, junto a la carretera,
con abundantes frutales, sembríos y harta agua. A la señora le dio los terrenos
eriazos, que solo servían para echadero de animales y que a la postre tuvo que
vender a un precio de regateo a la comunidad de Locroja.
El
bien caído del cielo para “El Chino”, o mejor dicho del infierno; le iba bien,
¡… pero hasta cuando…!. Nadie puede ser plenamente feliz con desgracia ajena,
algún momento la novela tenía que llegar a su final.
III
Era
el mes de Abril de 1974, se había prolongado el invierno en nuestras serranía;
las permanentes lluvias eran amenazantes en la quebrada del Mantaro, todas las
tardes las nubes negras viajaban en alas del viento y cada vez más fúnebres,
como anunciando un funesto presagio. Los abismos de esa quebrada de Ccochaccay
son infranqueables y con terreno deleznable.
El
día 25 de abril de ese año, en todo el día no se vio el sol, el cielo lloraba y
los cerros se escurrían, la quebrada de Ccochaccay se veía muy funesta; los
pueblitos serranos muy alejados unos de otros, se repartían como perlas andinas
en las cumbres de las montañas esperando la noche. La lluvia era incesante, su
goteo monótono era cada vez más intenso. Sobre la cima del cerro Mayunmarca se
dormía y despertaban los negros nubarrones, a instantes iluminaban el horizonte
los wacris al cerrarse el día. Todos
dormían sobresaltados, parecieran presagiar algo; los campesinos viven más contactados
con la naturaleza; es como si entendieran hasta el mismo lenguaje del viento y
las montañas.
Al
arrimarse la media noche, las reses bramaban en sus estancias, el viento
soplaba por doquier y la tierra empezó a temblar; el sonido era estruendoso en
la quebrada. Las filtraciones y alguna falla geológica, despertó la furia del
Mayunmarca y con violencia titánica fue lanzado desde la cumbre hasta el fondo
de la quebrada donde se agitaban las turbias aguas del Mantaro, con una
velocidad aproximada de 140
Km/h haciendo desaparecer por completo las haciendas de
Ccochaccay y Huaccoto. La naturaleza no dio tregua a su furia jamás y como si
fuera venganza de los dioses andinos, consigo se llevó aproximadamente 460
personas que no vivieron para contarlo.
Durante
los siguientes días, la laguna artificial aumentaba amenazante su volumen;
cubría fértiles tierras, fructíferos fundos de frutales; los próximos cuarenta
y tres días fue en aumento el terror natural. Para los habitantes de la zona,
era novedoso y curiosamente peculiar ver sobre volar helicópteros; el afán era
desembalsar el dique que ya había avanzado 30 Km de largo, y haber
cogido 650 metros
de ancho con una profundidad de 170 metros; los cielos serranos comprimían sus
nubes y parecían amenazar con la erosión de otra montaña aledaña. Todo el Perú
estaba alerta al desastre; peligraba la represa de Quichuas.
El
día 6 del mes de Junio; luego de los cuarenta y tres días de permanente labor
especializada, por fin, las violentas aguas del dique artificial, se
precipitaron furiosas aguas abajo; con bronca y estruendo fue a parar
estrellándose de peñón en peñón, arrasando todo a su paso; se llevó
plantaciones, animales y todo lo que encontró a lo largo de su cauce; destruyó
poblados enteros, carreteras y caminos, sembríos por doquier, a lo largo de
muchos kilómetros, trasladando incluso su irónica furia hasta el río Apurímac,
en la selva ayacuchana.
El
hermoso fundo “Perseverancia”, ubicado a escasos tres kilómetros cerca de la
presa artificial, fue el primer blanco de la desgracia, también el fundo “B…”
fue abatido y arrancado desde las entrañas por la furia de las aguas que
entraron en proceso de liberación. El poblado de Anco, previamente evacuado y
el puente de Mayocc, fueron presa fácil de la furia de las aguas del
“Anccoymayo”. Rugía la quebrada que nunca tuvo piedad, se pelaron los abismos,
las playas y los remolinos sucumbieron a la fuerza titánica de las aguas.
Los
campesinos se sumieron en lágrimas de dolor e impotencia, vieron perderse en
pocos minutos, las tierras que habían sido cuna de sus antepasados, donde
vieron la primera luz de la vida y de sus hijos. Pues ellos con razón porque
les había costado esfuerzo y sacrificio, días de incesante trabajo, noches de
flagrante desvelo, donde aferraban de rodillas sus esperanzas y no como otros
que por astucia, maldad y sinvergüencería, valiéndose de artimañas y
tinterilladas lo habían ganado.
Fue
destruido la carretera que une Huancayo y Ayacucho, aproximadamente un tramo de
treinta kilómetros, dejándolo inhabilitado por mucho tiempo.
Cuando
“El Chino” volvió por esos lares, nunca más reconoció el lugar, el fundo “B…”
había desaparecido, su dueño se lo llevó. A eso dirán “Lo mal habido, el diablo se lo lleva”. Han pasado los años y todo
ese lugar que una vez se enlutó de terror, es ahora un hermoso y paradisiaco
lugar, la misma naturaleza se encargó de reformular y ordenar las cosas, a
pesar de haber sido sepultura de muchas personas, pero ahora es esperanza de
muchas generaciones. Bien diré que; Dios perdona siempre, el hombre a veces,
pero, la naturaleza nunca perdona.
Editado año 2011
Obra: “Los Tinterillos”
Autor: Miguel Ángel Alarcón
León