lunes, 26 de noviembre de 2007

ENTRE LA BELLEZA Y EL PODER


A 75 años de la muerte del pintor tayacajino Daniel Hernández, el diario El Comercio le dedicó la portada y la página principal del suplmento "Luces" (edición del domingo 21 de octubre de 2007). A continuación, nos permitimos transcribir la nota realizada por el periodista Enrique Planas.

Entre la belleza y el poder

¿CÓMO UNO DE LOS MÁS PROMETEDORES ARTISTAS NACIONALES TERMINÓ CONVERTIDO EN EL PINTOR DE LA ARISTOCRACIA Y LA DICTADURA? SIN DUDA, HERNÁNDEZ FUE UNO DE LOS PRIMEROS EJEMPLOS DE UN CREADOR CUYO TALENTO FUE AHOGADO POR EL RECONOCIMIENTO OFICIAL

Por Enrique Planas

En 1883, un joven artista tocó las puertas del taller de Ignacio Merino, el único gran pintor peruano que se había hecho un lugar en Europa. Era Daniel Hernández, quien entonces había obtenido una beca del Estado Peruano para estudiar pintura y venía a pedir consejo al maestro creyendo que en París encontraría su destino. Por entonces, los hoy imprescindibles impresionistas eran considerados solo unos borrachos escandalosos. La pintura reinante entonces era la académica de los grandes salones.

El viejo maestro le abrió los ojos: París era muy caro, había demasiada competencia y su ingreso a la Academia de Bellas Artes sería muy difícil. Le propuso entonces viajar a Roma. Allí había una colonia de pintores peruanos residentes en Roma y podría tentar más fácilmente su ingreso a la academia.

Hernández aceptó el consejo. En Roma, buscó al cónsul del Perú, un señor apellidado Mesones, casado con Luisa, una guapísima y joven italiana. En las conversaciones entre el artista y el matrimonio surgió la idea de pintar un retrato para ella. Los estudiosos del artista comentan en voz baja, como si se tratara de un secreto, que fueron tantas las sesiones a las que Luisa de Mesones debió someterse, que era natural un acercamiento más estrecho entre el pintor y la modelo. Uno puede imaginarlo por la alegre complicidad con la que se la ve retratada, con una frescura en la piel que compite con la del ramo de rosas que lleva. Sin duda, aquella obra podría estar en cualquier museo del mundo.

Pero la historia no queda allí. Al parecer, el embajador o, más tarde sus hijos, se dieron cuenta de que el lienzo no era un inocente retrato. Se sabe que descolgaron el cuadro y lo escondieron en un rincón de la casa. Fijándonos con atención, se aprecia en la obra una marca en la parte inferior, como si un marco hubiera ocultado antes la rúbrica.

Hernández residió diez años en Italia, donde asimiló la más depurada estética clasicista. Luego, en París, se vinculó con artistas de la talla de Fortuny, Pradilla, Villegas y otros académicos que practicaban una pintura suelta y colorista. El artista peruano gozó así del mediano esplendor de una escuela en decadencia hasta que, en 1917, decidió regresar al Perú para organizar y dirigir la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima, invitado por el gobierno de José Pardo.

En Lima, Hernández cosechó todos los honores. Era considerado entonces uno de los artistas plásticos más cosmopolitas, el de mayor prestigio y por eso el más solicitado. Familias distinguidas fueron retratadas por él con ese característico estilo sereno y amable, rico en juegos de luces y sombras. Entre sus clientes más poderosos destacaba, a pesar de su baja estatura, el presidente Augusto B. Leguía. Buena parte de la decoración del Palacio de Gobierno y otras dependencias estatales llevan su firma gracias a esta beneficiosa relación. Sin embargo, en esos cuadros históricos, de enormes dimensiones, puede verse cómo la calidad de su obra empieza a agotarse por la falta de estímulo y exceso de elogios, adoptando una técnica apastelada y convencional.

Los años pasaron pero Hernández nunca olvidó el retrato de doña Luisa. Sabía de su abandono en Italia e hizo todo lo posible para recuperarlo. No fue hasta que la Municipalidad de Lima le encomendó, a inicios de la década de los veinte, catalogar, restaurar y enriquecer su pinacoteca, que pudo viajar a Roma para que, a través de terceros, comprar el cuadro a los hijos del ya fallecido embajador, quienes aceptaron venderlo por una suma irrisoria. Así, el retrato de doña Luisa de Mesones llegó al Perú para que el envejecido maestro recordara sus sueños de juventud. Hoy, el lienzo es una de las más valiosas piezas de la pinacoteca municipal. Hernández se salió con la suya.

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