La provincia de Tayacaja
vio nacer el primero de agosto de 1856 a Daniel Hernández Morillo, hijo
ilustre de esta tierra y maestro de la plástica peruana. Su extensa obra
aplaudida en Europa y en América, destaca por su estilo equilibrado y
preciosista, que hace gala de un excelente oficio academicista, y de una ejecución
inspirada en lo romántico y lo neoclásico.
Fue hijo del acaudalado
español José Leocadio Hernández, propietario de tierras en Huancayo y
Huancavelica, y de la dama peruana Doña Basilia Morillo. A los 4 años se
traslada a Lima, y diez años después recibe su primera formación del maestro
italiano Leonardo Barbieri. De esta época realiza una copia de "La muerte
de Sócrates" de Jacques-Louis David, obra que le valió el reconocimiento
por parte del gobierno de Manuel Pardo, obteniendo una beca de estudios a Italia.
Estando ya en Europa el compromiso de subvención fue cancelado y el artista
tendrá que solventarse pintando cuadros de género y retratos. Esta faceta de
Hernández es poco conocida y refleja su gran voluntad de continuar luchando por
proseguir en un mundo artístico tan difícil como el europeo.
En Roma, durante una
década estudia on Fortuny. Su paleta adquiere una gran gama cromática, efectos
de luz y la pincelada rápida, características de su producción pictórica.
Conoce a artistas como Villegas, Pradilla y Jiménez Aranda que influenciarían
en su obra.
Posteriormente, en 1883
se traslada a París donde permanecería por 35 años. Va asimilando las obras de
estilo Rococó de pintores como Fragonard, Nattier, Van Loo, Wattteau, pintura
aristocrática, voluptuosa y elegante. En esta época sus tipos femeninos se van
refinando, obras tituladas como las “perezosas” pertenecen a este periodo,
donde representa a mujeres descansando que proyectan gran sensualidad. El
artista se complace en recrear las sedas, los almohadones y la piel tersa de
las mujeres haciéndolo con gran maestría, llegándosele a conocer en Europa como
uno de los mejores pintores de desnudos femeninos.
Como miembro de la
Sociedad de Artistas Franceses, exhibió en el Salón Anual de dicha institución,
considerada en ese entonces de muy difícil y riguroso acceso, por su severo
dogma academicista. Sin embargo, tuvo una amplia y triunfal acogida en los
siete años que se presentó. Por su célebre cuadro La Perezosa, fue premiado con
la Segunda Medalla en el Salón de París de 1899.
En esta estadía, Daniel
Hernández por sus méritos llegó a ser Presidente de la Sociedad de Pintores
Españoles residentes en París. En esa época era considerado en los salones y
concursos como pintor español, debido a su herencia paterna. Solo a partir de
1905 se le nombrará como pintor peruano. En la Exposición Universal de París,
con motivo del cambio al siglo XX; le fue otorgada Medalla de Oro por su cuadro
“Amor Cruel” que le valió, además, la condecoración de la Legión de Honor en
1900.
A partir de esos años
comienza una prolífera carrera, Hernández fue declarado Honoris Causa, en todos
los salones, alcanzando renombre en los círculos académicos europeos. Nuestro
artista trabaja también como ilustrador, autor de reclames y decorador, ilustra
el Balzac de Arte publicado en Nueva York, adquiere fama y prestigio, sus
cuadros alcanzan enormes precios y su obra se instala en las colecciones de
museos de Munich, Madrid y Paris.
Mientras tanto en Lima,
la ausencia de una academia oficial de enseñanza de las artes plásticas, es el
clamor de la crítica periodística y de las clases medias. El gobierno de José
Pardo anuncia su creación y la dirección de la misma se la encomiendan a Daniel
Hernández. Sería el pintor y diplomático Enrique Domingo Barreda el encargado
de realizar las gestiones en Europa para invitar al artista huancavelicano.
Así, Hernández volvería al Perú a fines de agosto de 1918, a bordo del vapor
Urubamba. Había partido a Paris en el siglo XIX, y volvía a Lima en el siglo XX.
El 28 de setiembre de
1918, se funda oficialmente la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA),
Hernández se convierte en su primer director. El artista se convierte de esta
forma en el puente institucional entre el mundo europeo y del mundo de dentro:
el del Perú.
Hernández prefirió
regresar a la patria cuando se hallaba gozando en Europa de un triunfo
merecido. Este hecho es comentado en la Revista Variedades: “Lección de
patriotismo que nos da el maestro de dejar la posición que ocupa en los
verdaderos centros de arte para venir a servir a la patria y trasmitir sus
conocimientos..”
Al frente de la ENBA
tuvo un trabajo duro y paciente, el local no reunía las condiciones suficientes
para su adecuado funcionamiento. A pesar de ello y de la fama que lo precedía,
inculcó en sus alumnos el valor de la libertad académica: “...nosotros guiamos,
corregimos, pero no imponemos facturas y escuelas(...) quiero que cada uno
conserve su manera de sentir y de ver.” Ello queda patentizado en la obra de
sus discípulos como Vinatea Reinoso, Sabino Springett, quienes formados por el
maestro siguieron sus propios derroteros artísticos.
Pero, Daniel Hernández
no solo se dedicó a la docencia. Realizó a su vuelta a Lima, hasta su muerte en
1932, todos los cuadros que se esperaban de él, desde la figura ecuestre de
Pizarro que paso a adornar el Palacio de Gobierno, hasta el retrato de la
esposa del Presidente Leguía, así como otras notables damas limeñas, siendo el
genero del retrato una de sus especialidades. Los temas históricos tampoco los
dejó de lado, tal es el caso de la “Capitulación de Ayacucho” (1924)
conmemorando el centenario de tan ilustre hecho, el cual no obedecía a ningún
encargo oficial.
Se puede finalmente
concluir que Daniel Hernández no fue sólo grande en el sentido artístico, sino
también grande en sensibilidad y amor a la patria. Dejó sus triunfos
personales, su vida cómoda parisina para dirigir la primera academia oficial de
arte del Perú, en medio de las dificultades burocráticas y económicas que dicha
institución demandaba. Pese a todo, introdujo en el país el oficio pictórico,
dicto normas técnicas y formó cauces para la creación artística, dejando
expresar a sus alumnos su propia personalidad. Demostró en todo momento su
calidad de maestro, que a pesar de las situaciones adversas siguió manteniendo
hasta el final de sus días el espíritu de clase de los más ilustres caballeros
que supieron dejar huella en la historia.
Artículo de Lic. Alba
Choque Porras
Publicado en Revista
Oropesa. Año I, Nº 2, pags. 24-25, 2006. Huancavelica, Perú
Tomado de
memoriasdelarte.com
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