En
celebración al aniversario de Tayacaja
Cuando salí del pueblo, los jilgueros interrumpieron su canto, como si la
luz de la alegría se guardara en silente recogimiento, alterando el cielo, la
placidez del parque. No me pregunten por qué nunca dije adiós: cómo iba a
hacerlo. Soy agua del puquial, rueca del sueño, voz enjambrada en el lienzo de
la noche que deviene en esperanza recurrente.
A cada instante pienso en mi tierra. Hay algo de mi imantado a su nombre.
Por eso cuando vuelvo, bajo el frescor de la mañana abro la ventana. Silbo como
un pájaro y me alimento de rocío. En cada esquina tensa la memoria, la
nostalgia se expande y como el viento uno se marcha del pueblo sin irse para
siempre.
En estos días de junio en nuestro parque, en nuestro cielo, parezco un
forastero flagelado por el viento. La mala hierba oculta el candado de la
cantina donde aprendí a descifrar los oráculos, en la respiración contenida de
la noche.
Agujereado el alma transito calles de humedecidos párpados. Por el fervor
de mi espíritu me esperanzo en la bondad de los astros. Mis padres y abuelos
insinúan sus perfiles, visiones consagradas retoñan su ajado cromatismo y
requiebran a las muchachas de trenzas adornadas con flores del campo.
Los recuerdos chisporrotean como leños de eucalipto e iluminan como la Luna
sin ser la Luna. Las promesas aroman como flores pero no son las flores. En la morada del rústico camino junto al
árbol de la antigua ceremonia los primeros amores se establecen en la sangre y
se encumbran en el apogeo de los besos y caricias.
En el barrio de Chalampampa palpitan
recuerdos. Un ramillete de hortensias en vegetal conjuro, florece alrededor de
nuestras huellas. Desde lo alto del cerro
San Cristóbal un jilguero sideral vigila la morada y nuestros pasos.
Aquí en Pampas los racimos son azules y el amor florece incluso más allá de la
vida o la muerte.
Cuando uno regresa a Pampas hay danzas en los pastizales del cielo y en
rumorosa procesión, los jilgueros cantan alegrías en la inmensa tranquilidad,
donde el calor del espíritu sustenta la vida y los sueños del mañana. En la
noche cuando descansas en el cuarto del
hotel, invisible por el lenguaje y para la voz del silencio todo lo que viviste
en el pueblo de tu origen, agitan sus velos
transparentes. Es la noche de la soledad varada bajo la lluvia de junio.
Por eso te pido, no me niegues tu compañía: cada mañana que canta, cada
noche que llora acaricia conmigo la memoria del ancestro que aún es sangre
viva. Llámame amigo, compadre, hermano, o simplemente abrázame con el fogón encendido de tu cariño.
Carlos Zúñiga Segura
Colaborador exclusivo de Saposaqta
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