lunes, 2 de marzo de 2009

CORTAMONTES Y PLANTAMONTES


CORTAMONTES
Bienvenidos los carnavales de tierra adentro!! al compás de melodías, danzas y canciones jubilosas, pasadas de talco o harina en la cara, chisgueteos de algún perfume, encadenamientos con serpentinas de colores, juegos y frases de insinuación amorosa, y algún remojón jovial. Pero nunca agresivos globazos de agua y menos aún virtuales asaltos para embetunar a inermes transeúntes y pasajeros en vehículos, como en algunas urbes, comenzando por Lima.

En torno al árbol exornado con frutas, pañuelos, serpentinas y otros adornos que expresan la alegría de vivir, bailemos cantando a los cuatro vientos huaynos, wifalas, chutaychutas, chimayches, huaylarsh, pumpines, matarinas y huayllachas, entre otras manifestaciones que afirman nuestra cultura, muchas veces negada por la alienación extranjerizante.

Desbordante mixtura de inmemoriales tradiciones andinas y europeas, los carnavales tienen algo de cuestionables en los clásicos cortamontes. Pero esta debilidad es perfectamente superable con la plantación y el cuidado obligatorio de 5 a 10 arbolitos por cada ejemplar maduro que se corte para replantarlo en la fiesta.

Volvamos al carnaval con cortamente en los pueblos típicos, no en las grandes urbes turísticas, donde las comparsas, los muñecos y las coplas adicionales tienen triple motivación: recreativa, cultural y comercial.

Llegado el día, vemos pasar bailando y echando prosa a un varón que lleva del brazo a su pareja y sobre el hombro, un hacha. Va a tumbar un árbol silvestre para replantarlo en el escenario de la esperada yunsa (sierra central), huachihualito (Ancash), umbisha (selva), o tumbamonte en todo el país.

Antes de levantarlo en el centro del ambiente multitudinario, la familia del mayordomo lo adorna con frutas y otras golosinas, globos, pañuelos, serpentinas, prendas de vestir y hasta objetos de plástico (otra contaminación).

Para incentivar a los ánimos, la mata carnavelera es bautizada con la “picardía” de siempre: “Te espero en el suelo”, “No te vayas por las ramas”, “Túmbame si puedes” o “No tiembles al tocarme” por ejemplo.

Luego se desata la danza en ronda alrededor del árbol, mientras las parejas, hacha en mano, se van turnando en tratar de tumbarlo.

Ante cada golpe malevo, uno, dos o tres, lo reglamentario, saltan las lonjas del tronco. Después el hacha pasa a la siguiente pareja y así sucesivamente, mientras la música, los licores y las canciones hacen el frenesí colectivo. Cada una llega bailando con la intima esperanza de tumbar el árbol y asumir la mayordomía para el nuevo año.

En todo este proceso, abundan los platos y tragos típicos, las evocaciones culturales y la propensión fraterna.

Hasta que con la caída del árbol llega el clímax de la fiesta.

PLANTAMONTE
Nadie podrá negar que el carnaval genuino es recreativo y bello, no obstante su connotación pagana.

Sin embargo como ahora mas que nunca, necesitamos restablecer el dialogo amable e inteligente con la Madre Naturaleza, urge que el Estado, concretamente los ministerios de Agricultura y del Ambiente, normen el tradicional cortamente para hacerlo racional y no depredar la precaria vegetación arbórea.

Una propuesta en tal sentido es que los nuevos mayordomos soliciten al organismo estatal respectivo, apenas termine cada carnaval, los árboles de descarte o renovación que habrán de necesitar el año siguiente, a cambio de pagar lo que costaría plantar y hacer crecer cinco ó diez, matas de reemplazo.

Y otra, que esa misma entidad prohíba bajo pena de cárcel, la extracción de árboles para CORTAMONTE del medio silvestre, a la vez de estimular el surgimiento de proveedores (reforestadores) privados.

Lo concreto es que el cortamente debe tener un contrapeso obligatorio en el PLANTAMONTE, para que la fiesta cumpla su sentido realmente humano y humanista.


Fuente: Revista Agronoticias Nº 340 Enero-febrero 2009.
Autor: Antonio Muñoz Monge

1 comentario:

Anónimo dijo...

no se debe de hacer los cortamontes porque estamos matando la naturalesa, ynos estamos matando a nosotros mismos.