jueves, 12 de febrero de 2015

LOS CORTAMONTES



Una de las costumbres más tradicionales del Carnaval es la yunza o cortamonte como se le llama. Una fiesta de alegría, baile y diversión. Pero hay una corriente que plantea, con mucha razón, que esta costumbre es la depredación de nuestros pocos árboles que quedan en nuestros terruños. Lo ideal sería el plantamonte, es decir que por cada árbol derribado se restituya plantando diez arbolitos para el futuro. Esto ya lo había planteado la recordada cantante ayacuchana Nelly Munguía hace algunos años en su campaña por la reforestación de la Madre Naturaleza. (Blog Saposaqta)

Bienvenidos los carnavales de tierra adentro!! al compás de melodías, danzas y canciones jubilosas, pasadas de talco o harina en la cara, chisgueteos de algún perfume, encadenamientos con serpentinas de colores, juegos y frases de insinuación amorosa, y algún remojón jovial. Pero nunca agresivos globazos de agua y menos aún virtuales asaltos para embetunar a inermes transeúntes y pasajeros en vehículos, como en algunas urbes, comenzando por Lima.

En torno al árbol adornado con frutas, pañuelos, serpentinas y otros adornos que expresan la alegría de vivir, bailemos cantando a los cuatro vientos huaynos, wifalas, chutaychutas, chimayches, huaylarsh, pumpines, matarinas y huayllachas, entre otras manifestaciones que afirman nuestra cultura, muchas veces negada por la alienación extranjerizante.

Desbordante mixtura de inmemoriales tradiciones andinas y europeas, los carnavales tienen algo de cuestionables en los clásicos cortamontes. Pero esta debilidad es perfectamente superable con la plantación y el cuidado obligatorio de 5 a 10 arbolitos por cada ejemplar maduro que se corte para replantarlo en la fiesta.

Volvamos al carnaval con cortamente en los pueblos típicos, no en las grandes urbes turísticas, donde las comparsas, los muñecos y las coplas adicionales tienen triple motivación: recreativa, cultural y comercial.

Llegado el día, vemos pasar bailando y echando prosa a un varón que lleva del brazo a su pareja y sobre el hombro, un hacha. Va a tumbar un árbol silvestre para replantarlo en el escenario de la esperada yunsa (sierra central), huachihualito (Ancash), umbisha (selva), o tumbamonte en todo el país.

Antes de levantarlo en el centro del ambiente multitudinario, la familia del mayordomo lo adorna con frutas y otras golosinas, globos, pañuelos, serpentinas, prendas de vestir y hasta objetos de plástico (otra contaminación).

Para incentivar a los ánimos, el árbol es bautizado con la “picardía” de siempre: “Te espero en el suelo”, “No te vayas por las ramas”, “Túmbame si puedes” o “No tiembles al tocarme” por ejemplo.

Luego se desata la danza en ronda alrededor del árbol, mientras las parejas, hacha en mano, se van turnando en tratar de tumbarlo.

Ante cada golpe malevo, uno, dos o tres, lo reglamentario, saltan las lonjas del tronco. Después el hacha pasa a la siguiente pareja y así sucesivamente, mientras la música, los licores y las canciones hacen el frenesí colectivo. Cada una llega bailando con la íntima esperanza de tumbar el árbol y asumir la mayordomía para el nuevo año.

Hasta que con la caída del árbol, llega el clímax de la fiesta.

Nadie podrá negar que el carnaval genuino es recreativo y bello, no obstante tiene su connotación pagana. Sin embargo ahora más que nunca, necesitamos restablecer el dialogo amable e inteligente con la Madre Naturaleza, urge que el Estado, concretamente los ministerios de Agricultura y del Ambiente, normen el tradicional cortamente para hacerlo racional y no depredar la precaria vegetación arbórea.

Fuente: Revista Agronoticias Nº 340 Enero-febrero 2009.
Autor: Antonio Muñoz Monge


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