Una de las costumbres más
tradicionales del Carnaval es la yunza o cortamonte como se le llama. Una
fiesta de alegría, baile y diversión. Pero hay una corriente que plantea, con
mucha razón, que esta costumbre es la depredación de nuestros pocos árboles que
quedan en nuestros terruños. Lo ideal sería el plantamonte, es decir que por
cada árbol derribado se restituya plantando diez arbolitos para el futuro. Esto
ya lo había planteado la recordada cantante ayacuchana Nelly Munguía hace
algunos años en su campaña por la reforestación de la Madre Naturaleza. (Blog Saposaqta)
Bienvenidos los carnavales
de tierra adentro!! al compás de melodías, danzas y canciones jubilosas,
pasadas de talco o harina en la cara, chisgueteos de algún perfume,
encadenamientos con serpentinas de colores, juegos y frases de insinuación
amorosa, y algún remojón jovial. Pero nunca agresivos globazos de agua y menos
aún virtuales asaltos para embetunar a inermes transeúntes y pasajeros en
vehículos, como en algunas urbes, comenzando por Lima.
En torno al árbol adornado
con frutas, pañuelos, serpentinas y otros adornos que expresan la alegría de
vivir, bailemos cantando a los cuatro vientos huaynos, wifalas, chutaychutas,
chimayches, huaylarsh, pumpines, matarinas y huayllachas, entre otras
manifestaciones que afirman nuestra cultura, muchas veces negada por la
alienación extranjerizante.
Desbordante mixtura de
inmemoriales tradiciones andinas y europeas, los carnavales tienen algo de
cuestionables en los clásicos cortamontes. Pero esta debilidad es perfectamente
superable con la plantación y el cuidado obligatorio de 5 a 10 arbolitos por
cada ejemplar maduro que se corte para replantarlo en la fiesta.
Volvamos al carnaval con
cortamente en los pueblos típicos, no en las grandes urbes turísticas, donde
las comparsas, los muñecos y las coplas adicionales tienen triple motivación:
recreativa, cultural y comercial.
Llegado el día, vemos pasar
bailando y echando prosa a un varón que lleva del brazo a su pareja y sobre el
hombro, un hacha. Va a tumbar un árbol silvestre para replantarlo en el
escenario de la esperada yunsa (sierra central), huachihualito (Ancash),
umbisha (selva), o tumbamonte en todo el país.
Antes de levantarlo en el
centro del ambiente multitudinario, la familia del mayordomo lo adorna con
frutas y otras golosinas, globos, pañuelos, serpentinas, prendas de vestir y
hasta objetos de plástico (otra contaminación).
Para incentivar a los
ánimos, el árbol es bautizado con la “picardía” de siempre: “Te espero en el
suelo”, “No te vayas por las ramas”, “Túmbame si puedes” o “No tiembles al
tocarme” por ejemplo.
Luego se desata la danza en
ronda alrededor del árbol, mientras las parejas, hacha en mano, se van turnando
en tratar de tumbarlo.
Ante cada golpe malevo, uno,
dos o tres, lo reglamentario, saltan las lonjas del tronco. Después el hacha
pasa a la siguiente pareja y así sucesivamente, mientras la música, los licores
y las canciones hacen el frenesí colectivo. Cada una llega bailando con la íntima
esperanza de tumbar el árbol y asumir la mayordomía para el nuevo año.
Hasta que con la caída del
árbol, llega el clímax de la fiesta.
Nadie podrá negar que el
carnaval genuino es recreativo y bello, no obstante tiene su connotación
pagana. Sin embargo ahora más que nunca, necesitamos restablecer el dialogo
amable e inteligente con la Madre Naturaleza, urge que el Estado, concretamente
los ministerios de Agricultura y del Ambiente, normen el tradicional cortamente
para hacerlo racional y no depredar la precaria vegetación arbórea.
Fuente: Revista Agronoticias
Nº 340 Enero-febrero 2009.
Autor: Antonio Muñoz Monge
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