No solamente los pueblerinos sino todo aquel que alguna vez conoce o eventualmente
recorre Pampas Tayacaja, manifiesta su admiración, señalando que es uno de las valles
interandinos más hermosos de la región central.
No en vano el tornadizo recorrido del río Opamayo y las planicies ubicadas
en ambas márgenes, cual estampa magistralmente pincelada, nos presenta la
belleza peculiar de sus paisajes, en el que espléndidamente sintonizan el
verdor original de los campos, las crianzas, los cultivos, sus atajos y el
conglomerado de moradas del ámbito rural y urbano, perfiladas por el curso del río
y celosamente circundados por las imponentes elevaciones del San Cristóbal y
Yana Padre, otorgándole un atractivo natural acogedor y generoso.
Pero además,
la península de Tayacaja no solo circunscribe su importancia a la indiscutible belleza
paisajística del que goza, sino que dispone de potenciales recursos productivos
y una vasta tradición recurrente que en tiempos del cambio climático y del
calentamiento global, merecen ser abordados integralmente, a fin de revalorar la dilatada cultura hereditaria de preservación-cuidado
del ecosistema, respeto por el agua y el modo sostenible de producción
agropecuaria.
Es decir
aquello que se construyó apelando al conocimiento práctico ancestral que data
de hace más de diez mil años, lo que en la era actual del conocimiento se
define como la agroecología, que según la FAO consiste en: ajustar las
prácticas agrícolas para hacerlas más adaptables y resilientes a las presiones
ambientales, mientras que al mismo tiempo se reduce el propio impacto de la
agricultura sobre el medio ambiente.
Tayacaja dentro de sus cardinales incluye diversos
pisos ecológicos con microclimas aparentes para desarrollar actividades productivas
exitosas, quebradas, valles, planicies y elevaciones que se asientan entre los
500 msnm, hasta 4 000 msnm, en promedio; donde lamentablemente el cambio climático
como en otras latitudes viene constituyéndose
en un serio peligro que no solo afecta a la producción de agroalimentos, sino también
su reserva y permanencia.
Entonces la actividad agrícola tendría que rescatar el conocimiento
ancestral practico al que hicimos referencia, como uno de los medios para
garantizar la seguridad alimentaria y aumentar la resiliencia ante los efectos
perversos de las variaciones climatologicas para mitigar sus efectos y
adaptarnos al mismo; máxime cuando los modelos de producción agropecuarios de
estos tiempos ya no responden adecuadamente a los retos de seguridad
alimentaria que imponen los escenarios actuales.
Es conocido que la producción de alimentos per se no
representa una condición suficiente para garantizar la seguridad alimentaria,
es que la modalidad de producción actual tristemente ya no resulta aceptable,
como consecuencia de estos contrasentidos existen poblaciones que aún no
disponen de manera regular de alimento suficiente para el consumo diario; por tanto
el hambre en importantes sectores del área rural e inclusive urbano, sigue
siendo un problema serio todavía sin resolver.
Sin embargo, en el valle de Pampas es paradójico
observar una masiva proliferación de construcciones sobre terrenos agrícolas de
manera desordenada y al parecer sin planificación ni control oficial alguno, en
una suerte de pérdida y deformación del valle, sin la menor duda con secuelas
irreversibles en el tiempo.
En consecuencia, desde esta nota nos permitimos
sugerir de un lado, tratar de estimular y revalorar sistemas de producción
ancestrales para conjugarlos con aspectos de la modernidad, de modo que sea
posible encaminar los sistemas de producción alimentarios, hacia esquemas
sostenibles, inclusivos y resilientes y de otro; diseñar proyectos de expansión y desarrollo urbano
a modo de control que en lo posible no comprometa áreas agrícolas
significativamente, todo ello orientado a mantener y preservar la belleza original
del valle, los recursos naturales y el abastecimiento regular de agroalimentos.
MAGNO
GUTIERREZ ENRIQUEZ
Colaborador de SAPOSAQTA
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