lunes, 18 de junio de 2012

EL TESORO DE LUYCHUPAMPA



Es de conocimiento nuestro, que los antiguos pobladores peruanos, incas y pre incas, han tenido vasto conocimiento de la metalurgia, sobre todo del oro y la plata, prueba de ello son los vestigios encontrados por los estudiosos de las diferentes culturas que nos antecedieron, y es más; cuando el Inca Atahualpa fue apresado por los invasores españoles, él ofreció un pago por su rescate consistente en oro y plata, se estaba perpetrando el primer secuestro en el Perú; pues sabía que los ojos de los intrusos estaban iluminados de ambición y codicia, los había enloquecido la valía y la preciosura de la riqueza. Era claro de entender que existía en abundancia oro y plata en nuestro territorio.

Luego de la capitulación de Ayacucho en 1824, entre muchos beneficios, los españoles y mestizos fueron favorecidos con propiedades, hasta con minas de oro y plata; muchos de ellos llegaron por nuestra zona y hasta fundaron Pampas, pero de alguna forma la herida de la explotación de siglos aún sangraba; los españoles eran hostilizados por los patriotas, ello los obligó cruzar el río Mantaro haciendo uso de waros para establecerse aislados en la parte peninsular de Tayacaja, se fueron al “chimpa lao” lo que quiere decir “los del frente” por lo que los bautizaron con el gentilicio de “chimpino” y que posteriormente se entendió como “chimbino”; tal es así que, a la gente que procede de Salcabamba, Quishuar, Surcubamba, Huachocolpa, Tintay Punco y otros aledaños, los llaman “chimbinos”, gente de tez blanca y ojos claros con apellidos castellanos.

Curiosamente en las rocas ribereñas del Opamayo, partiendo de La Colpa, aguas abajo, existen vestigios de minas y bocaminas antiguas; hasta hoy existe rasgos de un horno de fundición en los bajíos de Qormis donde confluyen el Opamayo y el río Checche como también lo hay en Luychupampa; en toda esa zona, huellas de perforaciones en las rocas de los que han extraído metales, ello se prolonga hasta llegar a la confluencia de los ríosHuanchuy y Mantaro.

En la quebrada de Huanchuy por los bajíos  de Cucharán, aún hay rasgos de ruinas de la antigua abadía Jesuita, como lo hay en Chicyacc; estos grupos religiosos se dedicaban al estudio de la zoología, botánica y la metalurgia. Los apellidos Abad y Monje que ya no abundan en la zona, están relacionados con grupos religiosos pertenecientes a una dinastía. Las abadías eran iglesias  o monasterios que estaban gobernados por un abad, tenía todo el poder en sus propiedades y se hicieron de grandes haciendas en la zona. Por otra parte, el monje es el religioso que vive en un monasterio, caracterizado por ser muy solitario o anacoreta dedicado mucho a la levitación. Las ruinas del monasterio de Chicyacc y la de Huanchuy, es prueba de que han existido grupos religiosos por nuestra zona y que hoy existen solo como apellidos.

Una madrugada de abril cuando las lluvias de la serranía ya están escampando y avizora la llegada de las guindas y las tunas de la quebrada, dos hombres se disponen a forrar los lomos de sus asnos con caronas y esteras asegurándolos con  cinchas y sogas.  La partida es de Mashuayllo, don Víctor Pineda y Eleazar Huaycuchi, jóvenes de entonces muy entusiasmados harán un poco de aventura hacia la profundidad de las quebradas de Huanchuy y el Mantaro, el viaje está programado hasta Mitupata y Luychupampa, deberán caminar por terrenos y caminos agrestes, este viaje está planificado desde  algunos días atrás. Sus equipajes son  un montón de encargos, sobre todo a don Víctor, la esposa le repitió varias veces; _ Me vas a traer tunas blanquillo, no te vayas a olvidar _ a la par le preparaba una opípara merienda con harto refresco para el calor de la quebrada. Partieron respirando frescura apenas el alba hacía distinguir con su opaca luz la senda del camino pedregoso. Las bestias empezaron la bajada con su traqueteo monótono y sus alforjas campaneantes, seguidas por  sus arrieros se perdieron en la espesura de los molles y ccaratos.

Al dar la media mañana los dos gañanes se han refundido en la agreste quebrada de Huanchuy; desde el balconcillo de Cucharán sienten lastimar sus oídos con el estruendoso caudal del río, las piedras enormes irrumpen la agilidad de sus aguas y hace estrellar de peñón en peñón su corriente formando pozas, cataratas y remolinos en las profundidades. El calor es más sofocante cada vez que se internan en el fondo de la quebrada, pero saben soportar los rigores de la serranía, están cuajados por el duro azote de la compleja geografía. Los caminos de metal consumen y agotan sus recias energías oponiéndose a su avance, a esto lo llaman “beta” los caminantes que se tragan leguas; en estos casos es muy urgente alimentarse al instante ingiriendo harto líquido con limón.

Al llegar al borde del río, apenas se puede oír lo que conversan, es preciso comer la merienda, pero los mosquitos del lugar festinan con la sangre de los viajeros y se hace reprochable el descanso que mucha falta les hace; sin embargo han devorado hasta el final una gallina azada acompañado de sendos puñados de cancha, luego se pierden en ambas gargantas porongos enteros de limonada. Los seis burros que arrean, comen hojas de cañaveral que no falta en la zona.

_ Pasaremos hoy mismo hasta Mitupata y si el tiempo nos alcanza llegaremos a Jatuspata donde el ñato Martínez _ dice don Víctor al instante en que asusta con una piedra a uno de los burros que se está alejando del grupo.

_ Hay un poco de tiempo todavía don Víctor, descansaremos un poquito más aunque estos moscos ya me están comiendo._ le responde Huaycuchi.

Reanudaron nuevamente la marcha por esos caminos de la quebrada que son como cintas regadas en la vasta montaña, son cintas que se pierden y aparecen tras una roca o lomada, pero los abismos cerca del Mantaro son extravagantes, una mala pisada y es para perderse en sus turbulentas aguas, por esta misma razón es preciso caminar con cautela, pero las bestias ruteras se perfilan con facilidad como verdaderos pilotos de las sendas andinas.

Las lomadas desérticas de la quebrada silvestre, es hábitat de cactus abundante y plantas de cabuya, en las gigantonas velas de esos espinos, armonizan obstinados chirridos y vuelan las chicharras de un lugar a otro y las lagartijas del sitio cruzan asustados los caminos al captar la presencia extraña de las bestias y humanos. Cuelgan de las rocas altas, waranqos, helechos, el ccaccawayuna y se ve  perderse el cristalino Huanchuy en las turbias aguas del  río Mantaro.

La tarde es fresca en la quebrada, el viento tibio anima la caminata y la cuesta se hace más liviana; los asnos jadeantes dirigen sus orejas hacia la ruta como indicar el deseo de descanso. El sol se ha escondido tras las crestas de la alta montaña occidental tapizada de rocas graníticas, dejando sus últimas luces brillosas en los picos del oriente como si brillaran las luces mágicas escondido en sus entrañas de oro.

Una amistad de la zona que tiene su pequeño fundo les dio descanso esa noche, raleados por el cansancio debilitados por el rigor del calor de la quebrada, quedaron ambos exhaustos. La mañana llegó tan rápido y sabían que las tunas hay que recoger temprano antes que caliente el ambiente y sople el viento para evitar el fastidio de la “hita”, pequeñas espinillas que cubre el fruto, se apuran en dirigirse a las chacras cerca de la meseta de Luychupampa, lugar predilecto para los tunales y de frutos incomparables, morados, rojos y los blanquillos que solo da en espacios especiales, es escaso; tal es así que había que entrar tras de unas rocas por caminos sin señal.

_ Don Eleazar, vayas cogiendo pues, yo iré por el encargo de mi esposa; por blanquillo me ha encargado, más allá en esas rocas hay. _ Dicho esto don Víctor se fue perdiéndose entre las matas y tunales, llevando en la mano una pequeña bolsa de yute.

Haciendo camino se abrió paso, pero curiosamente a medida que avanzaba, los frutos se ofrecían cada vez mejores, más allá eran más hermosas, hasta hacerlo sentir miedo; pero el osado aventurero siguió avanzando ambicionado, por querer llevar lo mejor para su mujer; pero grande fue su sorpresa, al voltear una enorme roca nativa entre la plantación, de una especie de pared con hueco, se derramaba como la arena abundante oro, pero desaparecía en el suelo; el hombre quedó alelado hasta olvidarse de los blanquillos; reaccionó de inmediato y sin pensarlo dos veces puso la bolsa en el chorro hasta llenarlo; como no había otra cosa en que recibir, volvió lo más rápido que pudo en busca de su compañero llevando lo poco que había recogido.

 Al darle la noticia, los dos fueron con más costales hasta el lugar, pero extrañamente de aquella roca estaba cayendo arena; se conformaron con lo que ya tenían y recogiendo la tuna blanca se fueron para apresurar su retorno a casa. Cargaron sus burros y emprendieron el retorno; el calor ya abrazaba la quebrada con sus brazos de fuego, las bestias arrastraban sus pies en la bajada y don Víctor sintió la necesidad de apoyarse, pues estaba sintiendo extraños mareos, ya no estaba bien, parecía sentir sus pies atados y girar el mundo sobre él, caminaba como un borracho y finalmente contaron por ahí que al pasar el puente colgante  sobre el río Mantaro, accidentalmente se cayó y nunca más volvió a su hogar. Huaycuchi debió saber eso y el destino del oro recogido. Volvió sólo con la triste noticia que nadie pudo remediar, acaso los blanquillos fueron el consuelo para su familia. Años después don Eleazar se fue a la capital y montó un negocio próspero.

Durante mucho tiempo los aventureros, y herederos de la ambición española han soñado con encontrar una antigua mina que fue sepultada por una avalancha de toneladas de tierra y rocas con una fortuna que calculan en ocho toneladas de oro y otro tanto de plata por la zona de Luychupampa y los bajíos de Tacana sin poder llegar al punto donde la montaña guarda celosamente el secreto de esa fortuna, se han invertido sueños y trasnochadas ilusiones, pero hasta hoy los Apus entrañan su riqueza.

Autor: Miguel Angel Alarcón León
LOS TINTERILLOS y Otros Relatos Andinos
Edit. Febrero del 2011

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