miércoles, 17 de agosto de 2011

PAMPAS Y ARGUEDAS


Pampas Tayacaja en la memoria
de Arguedas

En ocasión de conmemorarse el centenario del nacimiento de José María Arguedas, es preciso rendirle nuestro homenaje a través de Saposaqta, ventana abierta de par en par a la memoria y esperanza de Tayacaja.


La vida y obra de José María Arguedas constituye un prisma cuyas aristas apuntan en distintas direcciones, para luego interrelacionarse y establecer un estadio cargado de significaciones donde es posible develar las pulsaciones fundamentales de la experiencia humana, enfocadas desde la dilucidación respecto al sentido de la vida, para afirmar al ser que ejercita su diaria aventura de estar en permanente diálogo con el mundo.


Así, en Los ríos profundos, los hilos de su memoria nos revelan recuerdos enhebrados cual imágenes de piedra y río. De piedra como base del mundo, pues «La piedra que es como hizo Wiracocha al hombre y lo que hace a los cerros» como bien señalan Gladys Marín y Fernando García en «La experiencia americana de José María Arguedas»; y de río, como gran comunicador «en una ciudad que ya es un privilegiado de la comunicación con lo divino» al que alude Madeleine Gladieu en «Del niño y del río en Los ríos profundos».

Los recuerdos de Arguedas en Pampas, capital de la provincia de Tayacaja datan de 1928. Tenía entonces 17 años y cursaba el tercero de secundaria en el Colegio Santa Isabel de Huancayo, cuando su padre decide ejercer la profesión de abogado en Pampas.

En un acápite de su relato en Los ríos profundos, Arguedas rememora un acontecimiento de matiz sentimental ocurrido durante su estadía en Pampas, donde se enamora de una joven alta, de ojos azules (…) “varias noches fui a cantarle huaynos que jamás se había oído en el pueblo”, nos dice Arguedas.

Hemos indagado al respecto y tal parece que esta joven merecedora de elogios y serenatas con huaynos en calidad de primicia sería María Jesús Olano, que a la fecha tenía 25 años y domiciliaba en el jirón Grau frente a la capilla María Auxiliadora del barrio de Chalampampa.

Además de este relato en Los ríos profundos, Arguedas escribió dos artículos relacionados con la provincia: El layk’a (Brujo) y La fiesta de la cruz (La Cruz de Pampas) ambos publicados en el diario La Prensa de Buenos Aires en 1941 y 1943; recogidos en el libro «Indios, mestizos y señores» (Ed. Horizonte, 1989). Existe asimismo una particular interpretación de la canción Trilla de arvejas en Pampas grabado en el casete «Arguedas canta y habla» editado por el Centro de Folklore producción testimonial con presentación del notable charanguista Jaime Guardia.

Los amigos tayacajinos de José María Arguedas fueron Sergio Quijada Jara de quien el sabio francés Paul Rivet dijo: “tiene el eminente título de folklorista consagrado, tengo en mi poder el manuscrito de su trabajo (Canciones del ganado y pastores). Es, sin la menor duda, una contribución de valor excepcional” y, Teófilo Hinostroza presente en el universo de la fotografía desde los 15 años, para luego a los 23 inaugurar su estudio en el que trabajó durante 48 años, alcanzando prestigio y reconocimiento por la calidad de sus imágenes en tanto testimonios de las expresiones costumbristas de la región central del país. Fue asimismo, notable productor documentalista en 16 mm. y a color en la década del 50, además de afamado músico virtuoso en la quena.

La Palabra de Arguedas


[Pampas]


El pueblo es grande y con pocos indios. Las faldas de los cerros están cubiertas por extensos campos de linaza. Todo el valle parece sembrado de lagunas. La flor azul de la linaza tiene el color de las aguas de altura. Los campos de linaza parecen lagunas agitadas; y , según el poder del viento las ondas son menudas o extensas.

Cerca del pueblo, todos los caminos están orillados de árboles de capulí. Eran unos árboles frondosos, altos, de tronco luminoso; los únicos árboles frutales del valle. Los pájaros de pico duro, la tuya, el viuda-pisk’o, el chihuaco, rondaban las huertas. Todos los niños del pueblo se lanzaban sobre los árboles, en la tarde y al mediodía. Nadie que los haya visto podrá olvidar la lucha de los niños de ese pueblo contra los pájaros. En los pueblos trigueros, se arma a los niños con hondas y latas vacías; los niños caminan por las sendas que cruzan los trigales; hacen tronar sus hondas, cantan y agitan el badajo de las latas. Ruegan a los pájaros en sus canciones, les avisan: «¡Está envenenado el trigo! ¡Idos, idos! ¡Volad, volad! Es del señor cura. ¡Salid! ¡Buscad otros campos!» En el pueblo del que hablo, todos los niños estaban armados con hondas de jebe; cazaban a los pájaros como a enemigos de guerra; reunían los cadáveres a la salida de las huertas, en el camino, y los contaban : veinte tuyas, cuarenta chihuacos, diez viuda-pisk’os.

[San Cristóbal]

Un cerro alto y puntiagudo era el vigía del pueblo. En la cumbre estaba clavada una cruz; la más grande y poderosa de cuantas he visto. En mayo la bajaron al pueblo para que fuera bendecida. Una multitud de indios vinieron de las comunidades del valle; y se reunieron con los pocos comuneros del pueblo, al pie del cerro. Ya estaban borrachos y cargaban odres llenos de aguardiente. Luego escalaron el cerro, lanzando gritos, llorando. Desclavaron la cruz y la bajaron en peso. Vinieron por las faldas erizadas y peladas de la montaña y llegaron de noche (…)


[Río Opamayo]

(…) Sobre el abra, antes de pasar la cumbre, recordé las hileras de árboles de capulí que orillan los muros de ese pueblo, cómo caían, enredándose en las ramas, los pájaros heridos a honda; el río pequeño, tranquilo, sin piedras grandes, cruzando en silencio los campos de linaza; los peces menudos en cuyos costados brilla el sol (…)

(…) Cuando salía en la noche, los sapos croaban a intervalos; su coro frío me acompañaba varias cuadras. Llegaba a la esquina, y junto a la tienda de aquella joven cantaba huaynos de Querobamba, de Lambrama, de Sañayca, de Toraya, de Andahuaylas…de los pueblos más lejanos; cantos de las quebradas profundas (…)

El layk’a
(Brujo)
(…)
Yo fui llamado por uno de estos layk’as en Pampas, capital de la provincia de Tayacaja. Su voz era penetrante y parecía fluir de un mundo muy lejano pero conocido en sueños. Al día siguiente el brujo se había ido del pueblo. Yo no he podido olvidar la cara de ese indio layk’a; su olor a coca, el color de su poncho, la forma de su cabeza y la energía oculta de sus llamados. (…)

Cruz de Pampas (…)

(…). En las tierras próximas al pueblo siembran linaza, y esto también es raro, porque es la única tierra de la sierra donde he visto sembrar linaza; y cuando la linaza está en flor, todo el campo parece un lago azul, un lago que sube a las laderas, que se tiende en los falderíos y en las orillas del riachuelo que cruza la quebrada. Este pueblo se llama Pampas y está en el Centro del Perú. Los indios de Pampas hacen bendecir todos los años la cruz «calvario» que está clavada en un gran cerro que comienza desde el canto mismo del pueblo. El cerro es desnudo, y en el mes de mayo el poco pasto que brota en los meses de lluvia ya está marchito, los arbustos de tankar y k’opayso están negruzcos y sin hojas. Por eso los indios no bajan la cruz por el camino, sino de frente, por la cuchilla del cerro. Todos los indios suben la montaña en la madrugada, con la luz del amanecer, y se reúnen al pie de la cruz; cuando sale el sol, desde el pueblo medio vacío, los principales miran a los indios hormigueando en la cima del cerro, junto a la cruz «calvario». Es una cruz enorme de eucalipto. Casi medio día luchan para sacarla de su pedestal, y el otro medio día la arrastran por el cerro, con cuidado, abrazados por todo lo largo de la cruz y a sus dos brazos. Gritan del cerro, de rato en rato; y van reemplazándose. El que ha visto una vez esta bajada de la cruz «calvario» de Pampas no puede olvidarla nunca. Llegan oscureciendo, cuando el crepúsculo ilumina la quebrada y las crucecitas de los techos parecen tristes bajo la luz dorada del cielo. Los indios llegan a la plaza, con la cruz «calvario», casi en silencio, cansados. Y pasan la noche en la misma plaza, velando la cruz, conversando, tranquilos, y tomando chicha y aguardiente en silencio sin hacer bulla. Por que está región es pobre en danzas y en canto (…).

La trilla de Arvejas
(Voz José María Arguedas)

Takllaykuy takllaykuy makichayquiwan takllaykuy
saruykuy saruykuy chaquichaiquiwan saruykuy
chaquichayquiwan maquichaiquiwan
saruykuy takllaykuy
maquichaiquiwan chaquichayquiwan
takllaykuy saruykuy

Correupys cartay kachkan
correupys cartay kachkan
likaylla likaykuyman
jawaylla jawaykuyman
jawaylla jawaykuyman
likaylla likaykuyman
likaylla likaykuyman
jawaylla jawaykuyman

Carlos Zúñiga Segura
Colaborador exclusivo de Saposaqta

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