La primera parte del libro [de Sergio
Quijada: "Estampas Huancavelicanas"] ofrece una reseña de las fiestas
patronales de los pueblos de Huancavelica: las del Niño Callaocarpiño, del Niño
Oqe, del Niño Perdido, de la Navidad, de San Sebastián, de la Semana Santa y de
las cruces, celebradas en la misma capital; y del Señor de Acoria, Virgen de
Lircay, Virgen de lzcuchaca, señor de Jechjamarca, etc.
Lo que más llama la atención de estas
descripciones es que se trata de cultos instituidos por los españoles, muchos
de los cuales fueron reelaborados, adaptados, reinterpretados y refundidos por
el pueblo andino; y, otras veces, simplemente yuxtapuestos.
El origen de estos cultos lo explica
el pueblo mediante leyendas que difieren unas de otras. Según estas versiones,
las fiestas, habrían sido promovidas no solamente por los sacerdotes sino
también por los dueños de las minas, como el caso del Niño CaIlaocarpiño, junto
con su negrito Jacobo Illanes o Puca uchucha, hizo que el cerro de Santa
Bárbara y sus adyacentes brindasen las ingentes riquezas mineras que guardan en
sus entrañas. San Roque, el patrón de
Castrovirreyna, está igualmente relacionado con la minería; según la leyenda,
es dueño de una rica mina de oro
Algunas ceremonias como la adoración
de los Reyes Magos o la del Niño Oqe, conservan todavía el antiguo libreto de
su dramatización (que, muy bien, pudiera ser una reproducción de las
Natividades de Juan de Encina o Gil Vicente), reescrito, claro está, una y otra
vez, por los fieles. Lo mismo puede decirse de los villancicos, reinvenciones
populares, desde su origen en la Europa medieval.
Entre este abundante material sobre
fiestas religiosas, el interesado podrá encontrar, de paso, elementos para
explicar la historia de la región. La adoración del Niño Perdido, por ejemplo,
es una representación simbólica del problema racial y social del negro.
Cuenta la tradición que este niño se
habría desprendido de los brazos de la Virgen para dirigirse a una hacienda
donde trabajaban esclavos de origen africano. La fiesta es, por eso, una
exaltación étnica del negro, sobre todo, de sus bailes y canciones.
La festividad de San Sebastián, la
más celebrada en Huancavelica, no es más que la secular escenificación de la
batalla de moros y cristianos, que se practica todavía en muchas lugares de
México y Centroamérica. En esta danza los actores terminan, a veces, en una
feroz pelea.
La fase más importante de todas estas
celebraciones es, desde luego, la corrida de toros, que da lugar a una serie de
ritos que duran dos y tres días (la recepción de los toros, el velakuy, el
arreglo de las enjalmas y la corrida misma).
En algunos pueblos, como Caja
Espíritu (Prov. de Acobamba), la epifanía de la Navidad está fuertemente
penetrada por el espíritu nativo. Las competencias entre los conjuntos de
bailarinas -el pascuachkuson, por ejemplo- no son sino una versión del
atipanakuy prehispánico. En estas fiestas, además, es frecuente escuchar qaylliq,
en vez de villancicos.
También aquí tiene una presencia
relevante el negro que, por intermedio del conjunto de "los negritos"
simula llegar de la costa, con su cargamento de vino y pisco. Su intervención
destaca igualmente en la fiesta de Navidad de Acobamba. Un grupo de danzantes
se disfraza de negro y actúa en forma jocosa y cómica. Lo que hace suponer que
esta costumbre fue promovida por los comerciantes que ejercían el arrieraje
entre la costa y la sierra o por las esclavos llevados a las minas.
La fiesta es una reconstrucción
histórica y social de las formas de trabajo, practicadas en la época colonial,
donde están presentes "Los caporales" (que obviamente, personifican a
los administradores del mismo nombre), "los chutos" (o sea, los
campesinos) y los "negritos": Los mayordomos son, por cierto, los
propietarios de las haciendas y de las minas.
La fiesta de las cruces es,
evidentemente, de origen hispánico y católico. Sin embargo, en ella también
puede verse la modificación que sufre la cultura dominante en contacto con la cultura
subalterna. Los organizadores del culto (que, por lo general, son las familias
más pudientes de la localidad) toman esta celebración como diversión y medio de
obtener recursos económicos; en tanto que la masa campesina la asume con una
veneración y "una abultada credulidad", según dice el autor,
"con la seguridad de que ella representa el santo custodio de las buenas
cosechas, la que calma las iras de las agentes de la naturaleza, la que
defiende la salud y en la que el arriero deposita su confianza para que durante
el viaje no tenga percances ni sea dura la fatiga; para que no le parta el rayo
o no sea obstaculizado por los malos espíritus".
Este culto tiene un enorme arraigo en
los países andinos, según lo registra el libro La cruz en América de Adán
Quiroga. Respecto a esta misma devoción, Josafat Roel Pineda ha dejado valiosas
transcripciones musicales de filiación netamente indígena. Hay un caso muy
singular en que el mismo culto es practicado en dos fechas diferentes y por
grupos sociales opuestas.
Es la fiesta de la Virgen Purísima
que se celebra en Pampas. La misma imagen es venerada por los indios en
diciembre y en enero por los notables. En aquella prevalecen los ritos andinos.
En ésta, se reproduce la tradición hispánica feudal. Carvallo-Neto habría
podido encontrar aquí un rico material para su estudio sobre las relaciones de
castas y clases sociales en el folklore.
El carnaval es otra de las grandes
fiestas que se celebran en la sierra y que ha arraigado profundamente en el mundo
andino. Hasta ahora, nadie ha estudiado la forma cómo esta antiquísima
costumbre (de origen románico y pre-románico), introducida por las españoles
durante la colonia, logró fundirse con las fiestas nativas. En muchos lugares
del país, el carnaval está totalmente indigenizado, según puede verse en los
estudios de Víctor Navarro del Águila, Chalena Vásquez y Abilio Vergara,
dedicados al carnaval andahuaylino y ayacuchano, respectivamente. Quijada Jara
se ocupa de esta fiesta en varias estampas.
Manuel Baquerizo: Sergio Quijada Jara y la cultura popular andina.
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