La Flor
de Purhuay era un hechizo en flor
¿
Porqué creen que los viejos de Pampas no la olvidan a pesar del tiempo
transcurrido?
Cuando
se emborrachan lloran desconsolados, algunos por sus apetencias frustradas y.
unos cuantos recreando en su memoria sus grandes performances.
Una
noche de fiesta en el pueblo estaba Flor de Purhuay luciendo un vestido
elegante y oliendo rico, con esos aromas de tentación que nos llenan de
calentura todo el cuerpo.
-
Me acerqué tímidamente, Florcita le dije, ¿se te antoja un ponchesito?
-
No es bueno que nos vean juntos - respondió – eres muy mocoso para mi, aunque
¡Que caray! Eres poeta y te quiero mucho.
-
No te preocupes, pago el ponche y me alejo hacia la pileta para lo puedas
saborear solita.
-
Bueno está bien, respondió, me contestó mirando de un lado a otro.
Flor
de Purhuay tenía el pelo largo y muy sugestivo, caminaba con picardía, sabía
que todos la miraban y deseaban. Hasta el sastre Hermenegildo García, mas
conocido como Yanapuyu, procurando llamar su atención, gritaba en medio del
parque: “deja la rosa en botón, deja que goce su verano, todos joden menos yo”.
Pero Flor ni lo miraba, y el pobre se marchaba cabizbajo y en silencio.
Antes
que concluyeran las celebraciones de enero, me dirigí hacia Purhuay donde vivía
Flor. Caminé lentamente amparado por la negrura de la noche. La senda
permanecía siempre solitaria, Obligaba a cruzar el cementerio. Su casa era de
una sola planta, tenía el techo estaba lleno de musgos y estaba en la última
curva antes de entrar en la plaza del pueblo, donde cada año se realizaba una
espectacular corrida de toros.
Toqué
en clave su puerta, Al abrirme fijó su mirada hacia el camino para comprobar si
había ido solo o con alguien más. Ya en su cuarto, alumbrados por tenue luz de
una vela, la acariciaba tiernamente recitándole poemas de Neruda que tanto la
emocionaba. Ella lloraba.
-
¿Por qué lloras mi amor, que te sucede? le preguntaba, secando sus lágrimas.
-
Nada, no pasa nada. Son los años y la vida que pasa como un relámpago,
respondía.
Nos
abrazamos, vamos a jugarnos la vida juntos gritamos a una sola voz.
Ella
me quería, nunca dudó de mi cariño, sin embargo, la idea que el pueblo
condenaría nuestra relación, no le permitía demostrar su amor con toda
libertad.
Por
eso aquella noche, repentinamente, seria y sentenciosa, dijo que lo nuestro
debía terminar en ese instante. Pues, presentía que las autoridades, ejerciendo
sus poderes, la podían botar del pueblo argumentando corrupción a un menor.
-
Bueno, sugerí con toda firmeza, llegado el caso puedes decirles, que aquí hay
pecadores adultos, peores que nosotros; que conoces muchos incestuosos, y que
si fuera necesario, revelarías sus nombres, entonces si, ahí ardería todo
Pampas. Y eso no le convendría a nadie, porque a lo mejor habría excomunión
para todos.
-¡Quien
sabe!, ojalá resultara como dices, afirmó entre dudas.
Poco
tiempo después tuve que viajar a Lima. Al hacerlo una lluvia torrencial de
sentimientos inundó mi cuerpo y mi alma. No tuve valor de despedirme de Flor,
su recuerdo fue la luz de mis andares.
Dos
años después retorné al terruño. Todo estaba como lo había dejado.
Una
noche descansando en una banca de la solitaria plaza, escuché el llamado de
Florcita. Inmediatamente me dirigí hacia Purhuay. La casa estaba silenciosa. Una
cigarra hizo piruetas a mi lado y se marchó – me imagino que era el espíritu de
Flor ofreciéndome la bienvenida -. Al ingresar Flor estaba sentada al borde de la
cama. Un estremecimiento sacudió mi cuerpo. Me acerqué presuroso y al mirarla,
no encontré la luz de sus ojos, sus labios no pronunciaron palabra alguna.
De
pronto Florcita se levantó. Su cuerpo desnudo lucía formas voluptuosas. Luego
empezó a danzar en medio de la salita, en cuyo rincón un anciano lugareño
tocaba huaynos en el violín,
-
Mi vida, le dije amorosamente – deja de bailar, ven a mis brazos.
La
luna se filtraba por entre la teja rota, y ella se vistió de negro.
Repentinamente la lluvia dejaba sentir
su caída estrepitosa. Truenos y relámpagos sacudían el cielo. Temerosos Flor y
yo nos cobijamos en el catre cubierto por una manta multicolor, y en un nido de
fuego indetenible, nuestros cuerpos se estrecharon como nunca antes había
sucedido.
Vuelta
la calma, aquietada la sangre, Flor me tomó de las manos y despacito me llevó
hacia la puerta. Sin una palabra me dijo adiós.
Salí
de la casa. No encontré a nadie en la placita que parecía tatuada en soledad.
Ante esta soledad que corroía los huesos, me refugié en una cantina y bebí
hasta embriagarme. Entre vaso y vaso recordaba todo el paisaje de ternuras que
vivimos, donde el tiempo semejaba una fresca y transparente rosa, o un inmenso
reflujo donde nada era imposible para los dos.
Era
casi la media noche. El aguacero caía sobre los humildes tejados y las torres
de la vieja capilla. El cielo se refugiaba dentro de mi. A esta hora en el
camino de retorno, todo era imperio de la soledad donde solo se escuchaba al
viento anidándose en las ramas de molles y eucaliptos.
Mucho
tiempo ha transcurrido de esas vivencias que pasé, cuando Pampas era una
revelación de la vida. Ahora he vuelto. Siento que a Florcita la sigo amando y
la seguiré recordando hasta el día que mis huesos se hagan polvo, en las
solitarias calles del pueblo donde nací.
Carlos Zúñiga Segura
Colaborador exclusivo
de Saposaqta
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