Presentamos otro de los maravillosos relatos del escritor tayacajino
Miguel Angel Alarcon Leon, titulado “El Complice” cuyo desarrollo de esta bella
historia se ubica en los parajes que nuestra memoria los guarda con cariño y
afecto.
Cuando al maqtillo de mi pueblito serrano le llega su adolescencia;
despierta brusca y peculiarmente retraído de su inocencia, no hace notar su
corazón enamorado; pues en él no hay esmerados arreglos del muchachito de
ciudad, se enamora toscamente; su galantería informal le hace inspirar coplitas
con sabor a huayno y lo silba con tal esmero, de modo que escuche
la pasñita de sus sueños que ya brinca disimulada por el amante
secreto. El cholito parece imitar al gallito chusco que descubre su canto
primerizo y a cada rato repite desentonadamente. A veces se cortejan como los
asnos, entre patadas y mordidas de pescuezo, se entienden que son el uno para
el otro; a eso dicen “amor serrano”. Pero su sincero corazón va más allá de lo
pasajero, se enamoran para siempre, ellos no saben de engaños ni vacilones y a
muy temprana edad muchas veces asumen responsabilidades. Casi siempre se hacen
padres sin haber concluido su adolescencia.
Allá por los finos parajes de Huallhuayocc se está celebrando la
fiestita del pueblo; es la noche de víspera y la pequeña plazuelita está
rebalsando de gente del lugar, todos bailan al ritmo apretado de las notas
del pinkullo y la tinya, engendros del viento. Toca las agitadas
notas del Chachaschay y todos zapatean más, entre tanto, desaparecen
en las gargantas de grandes y chicos, botellas de trago y garrafas de chicha.
Se encienden humaredas de runatoros y cohetes, la capillita blanqueada con
su única torre se ve como suspendida en el espacio.
Por afuera se oye el agua que fluye por la zanja, entre las plantas de
aliso y añosos eucaliptos que enfilados se pierden oscuros en la cuesta. La
pequeña y bien diseñada capilla con esmero, tiene sus puertas abiertas de par
en par, el único arco que sostiene la torre con ancha base, está rodeado por su
gradería que sirve de asiento a las mamachas que ya terminaron de rezar, pero
sigue llegando la gente empuñando velas para prenderse al “Santo Rostro” y la
enorme cruz que descansa apoyada en la pared. Es curioso ver a los
runas con su cabellera desgreñada e hirsuta que aún muestra la marca del
sombrero que cubría su testa; por devoción se lo quitaron antes de entrar a la
capilla. Las más ancianas del pueblo con el semblante de recogimiento y más
atentas, entran como cargando su pecado y dejarlo en una oración para comulgar
con el perdón.
Después del rezo de turno, se instalan en la plazuelita que quepa en un
palmo para levantar polvareda al ritmo de la tinya y pincullo. Esta vez el
mayordomo se ha esmerado, trajo una orquestita parchada de Pazos, cuyos acordes
desencajados son genuinas melodías para los oídos de los borrachos. Don Eladio
está más ocupado en su cargo de cabecilla y su esposa cuida con ojos severos a
Pelaya, su hija, sentada bajo una pared. La cholita es buena mozona,
ya pasa sus dieciséis abriles, sus senitos tamborileantes la hace más coqueta y
apetecible a los ojos de los cholitos que emponchados la observan inquietos
desde lejos, nadie se atreve a invitarla a bailar, más que por timidez es por
temor a doña Bachi que con garrote en mano vigila a la mocita. Los tragos y
jarras de chicha vienen de diferentes manos, doña Bachi y mamá Erne ya orbitan
en otro mundo hablando mal de sus maridos. Doña Erne por designios de la
naturaleza tiene los ojos color del cielo, todos la ven con sorna; su descuido
personal ha tornado su tez blanca en color mulato y su sombrero blanco de paja,
luce como un caseto de manteca, por eso en el pueblo todos le
dicen mantecachuco (sombrero de manteca).
Más allá en el borde de la plazuela bajo una improvisada carpa de
costales y mantadas que atiende una soñolienta señora, están
dos majtas con sus cincuenta grados de alcohol, entre trago y trago,
recuerdan sus mataperradas del cuartel; ya pasan sus veinte años y toman harto
como retando a los mayores del pueblo. Uno de ellos es el Wepecha, el hijo
mayor de doña Bachi y el otro Gelacio, hijo mayor de don Tulio, ya se están
estimando; no falta trago en sus manos, pero algo curioso sucede entre ellos.
El cholito Gelacio ha clavado su mirada en un punto fijo, no ha desviado
su mirada que traspasa la multitud y se estrella bajo la pared donde está
Pelaya atada al cuidado de su madre, que ya hace resbalar por su
garganta jarros de chicha o trago; si la gente bailarina se interpone para ver
a su prenda, tiene que estirar el cuello para asegurarse que la mocita sigue en
su lugar. Desfilan muchas ideas por su borracha cabeza, ¿cómo sacarla?; el
muchacho está inquieto y no puede disimular. Su compañero de tragos se ha dado
cuenta, se le nota muy distraído a la conversación pero muy solícito a los
tragos, ni bien se acaba la botella, Gelacio auspicia el gasto, señal de estar
haciéndose querer con el futuro cuñado, algo se trae entre manos.
_ Creo has templao de me hermana _ le increpa Wepecha al cholo Gelacio
que no deja de ver a la pasñita que habla como cantando.
_ No chuchirita, estás vendo mal, creo el trago ya está en to cabiza.
_ Siguro me tomarás por cujudo, hace rato istás cuidando; si nota intri
varones pindijito.
_ Si no te molistas te dego la virdad _ Estaba a punto de sincerarse el
cholón enamorado.
_ Habla carajo si iris hombre, por oltemo, me hermana no será para me.
_ La virdad, virdad; se me gosta to hermana, ista buena la Pelayacha jay, pero
nunca hey decho nada.
_ Cuidao caraju con lo que hablas _ Wepecha fingió cierta molestia, pero
en el fondo, estaba dispuesto a vender su alma al demonio _ Pero se quires te
hago vivir con ella.
_ Pero que derán tus padres, ño Eladio y ña Bachi.
_ ¡Escochame! , cojodeto… en mi casa yo mando, con mes viejos no pasa
nada; pero ahura mismo veré si eres macheto o eres un realeto.
El cholo de nariz aguileña, se levantó trastabillante y gambeteando
entre la gente se fue donde su hermana que terminaba de sentarse media aburrida
y bostezando de frío. Doña Bachi ya marcaba sus cincuenta grados de alcohol; el
malcriado cholo cogió de la mano a su hermana y so pretexto de bailar lo
escabulló entre la gente. El trompudo Gelacio esperaba timorato en la carpa,
los nervios le asaltaban y destilaba sudor incesante por la nariz como Teófilo
Huayra, al ver que la mocita de sus sueños se acercaba jalada por su hermano.
_ Ahura vas bailar con él; depende de ostedes no más ya, yo estaré por
allá no más.
_ A mamá hey dejao sola _ quiso resistirse Pelaya.
_ No pasará nada con esa vieja, baila no más _ Increpó Wepecha y
llevándose la botella de trago los dejó solos.
Los dos tórtolos se fueron entre el ruedo de la gente para sacarle
chispas a la noche. Algo siente su corazoncito de cholita inocente, Gelacho le
cae bien y es oportuno para poner en prueba sus dotes de mujer que ya terminó
de crecer; pues ella también sabe enamorarse. La noche es aún joven y la luna
menguante ya está saliendo para iluminar las laderas del viento que mueve
acompasado las hojarascas de los maizales aledaños. Gelacho y Pelaya
se han prendido en constantes zapateos y luego de cada ritmo se van a un lado a
beber como quien aplaca la sed, entre tanto Wepecha ya hace oír en otro grupo
sus desatinadas opiniones haciendo creer algo a los cholitos del pueblo.
_ Tú me gustas Pelaya, yo te quiere mucho._ Se declara Gelacho
_ ¿Cómo será estes cosas?, nunca noy sabido, se enteran mes papás me
harán castegar con mi padrino; él es ben recto, no le gusta estes tonteras.
_ No pasará nada Pelayita, ricordarás, además ya estamos en nostro
derecho _ El mozuelo ha tomado de la mano a la cholita y está a punto de
convencerla a pesar de su huraño proceder que tiene un aire arisco.
Pero el maqta es bisoño en lides amorosas, su temor se está
desvaneciendo al ritmo de los efectos del trago que beben a escondidas de sus
padres. Mejor se van más allá, a la soledad y más oscurito donde nadie pueda
sospechar de sus cuitas; las lámparas de las carpas ya no llegan a iluminar con
claridad y al poco rato han desaparecido por completo y en algún
pajal de cebada se está librando una lujuriosa batalla con hondo
pecado de amor. Ya bordea casi la media noche y más de medio pueblo está
borracho, han quedado como corontas o marlos regados en los rincones y dinteles;
pero doña Erne canta hipando obstinadamente el chachaschay.
Ñachu mamayki yachanña chachaschay,
Qori anillo qosqayta chachaschay
Yachachun, yachachun chachaschay
Warma sonqoy qosqayta chachaschay…
Los más cuerdos se retiran llevando a sus borrachos, mañana vendrá el
cura Sosa de Pampas a decir su misa; se llevan para el camino una botella de
trago y cuesta abajo jaloneándose entre borrachos o con su pareja, unos rodando
y otros dando piruetas en el aire, buscan sus casuchas para descansar.
Mama Bachi ya encontró a su marido y falta su hija; _ ¿Dónde
está la Pelayacha? _ ¡ah!, por fin la encontraron, está en la puerta de la
capilla conversando nerviosa con Mariacha, la hija de doña Erne; también es
otra mocita simpaticona del lugar, pero ella ya libró más de tres batallas esa
noche; cholos recios galoparon en sus muslos. El cholo Gelacio ya partió medio
borracho pero contento, deshojando margaritas por el camino oscuro y solitario
que a intervalos está regado de borrachos, wapean y cantan
desentonando las letras de algún huaynito serrano de la zona o gruñen
como un cerdo encharcado esperando que el frío los despierte.
Pelaya y Gelacho cambiaron sus vidas desde esa noche; ya nada era igual;
Wepecha sabía todo; los pactos y encargos funcionaban casi a la perfección. Las
visitas a la niñacha ya se hicieron más atrevidas, con consentimiento
del hermano y la complicidad de la noche, el cholo Gelacho había encontrado un
lugar para escalar la pared del corral y llegar hasta la cama de la muchacha.
_ Mi hermana durme en segondo piso sola no más _ Había referido Wepecha.
En
una de las tantas visitas nocturnas, el cholo Gelacho ya se retiraba exhausto
luego de la “faena” a la hora del sueño propicio; éste acostumbraba llevar huesos
para que los perros no lo retacearan, ya era un caserito; no había
advertido en la oscuridad que al iniciar la grada había una lata grande y
vacía; a pesar de ir a tientas, para el mal de sus culpas, tropezó
en ella despertando un ruido que alertó a todos los de la casa.
Don Eladio saltó raudo de su cawito,
_ Suwa carajo, jatariy Wepecha, suwa _ Pero da la
casualidad que hasta los perros cómplices esa noche no ladraron, y mientras
duraba el afán de encontrar una linterna, aprovechó el cholo Gelacio y como
buen licenciado del ejército brincó de un salto la pared más cercana y fue a
dar sobre un ankukichca; pero eso no importó y siguió su rumbo
asustado con las espinas clavadas en toda su posadera. Wepecha salió con un
palo en la mano y para no hacer sospechar su complicidad, con furia chancó la
pared haciendo el ademán de haberle propinado un garrotazo al supuesto ladrón.
_ Chay gringucham papay _ Echó la culpa a
otro. Había un gringuito de mala costumbre en el pueblo aficionado a
la cleptomanía.
Pelaya sudaba frío de susto en su cama. Todos, después de revisar sus
ganados, volvieron a conciliar con el sueño; pero… alguien sabía todo el cuento
y eso era motivo para tener a la hermana bajo chantaje y ella por su parte
tenía que esmerarse en atenciones para comprar su silencio.
Las visitas nocturnas continuaron, pero con más cautela; pero bien dicen
que, tanto va el cántaro al agua que tiene que rebalsar. Pelaya embarazó y no
se pudo esconder por mucho tiempo el estado grávido. Ella no podía decir el
nombre del fulano por los muchos temores que la oprimían y solo terminaba en
llanto. Suele suceder en nuestra serranía, los padres son los últimos en
enterarse de lo que hacen los hijos, aducimos por la falta de confianza y la
ignominia de los campesinos.
El mismo Wepecha tuvo que delatar a su hermana; los padres asombrados,
pues nunca habían visto a su hija en amoríos con el tal Gelacho; pero que se
hace; a lo hecho, pecho, hay que solucionar el problema, tendrán que casarse.
Entraron en diálogo los padres de ambos para darle formalidad a pesar de
las pequeñas broncas. Doña Bachi tenía todo el ánimo de desarmarle la espalda
al cholo Gelacho con una rajada de leña por haber deshonrado a su hija, pero el
compadre Tulio intervino _ Tranquilida ña Bachi, hablaremos pues; tomando esta
copita entraremos en razón, que sacamos peleando entre parentes… Salú don
Eladio _ y fueron resbalando por sus gargantas sendos tragos de aguardiente. La
noche no tuvo fin, el trago fue el mejor juez y al amanecer se estaban
despidiendo ebrios los nuevos compadres después de haber puesto las cosas en su
sitio… deber cumplido.
Al cabo de un mes, ese amor de primera vista se estaba convirtiendo en
un matrimonio sin orquesta; el cholito Gelacho vestía su mejor traje de
gabardina con un pantalón hasta la canilla completando con un
peinado a la cachetada y Pelaya una falda de mil rayas, sus trenzas hasta la
cintura terminaban atados con una margarita. El tayta cura los
conminó al juramento en la capilla de Pampablanca y se juntaron para siempre.
En las
comunidades inhóspitas del Perú, suele vivirse un círculo vicioso; cuando los
hijos llegan a cumplir sus catorce, quince o un poquito más años de edad, los
padres los hacen casar, so pretexto de estar cumpliendo con un deber; entonces
de la pubertad o adolescencia pasan a ser padres de familia sin la debida
experiencia, cuando llegan a sus veinticinco años de edad, ya cargan
con cinco o seis hijos sumidos en la completa pobreza, y mientras la
mujer pueda fecundar, es de imaginarse, llegan a tener hasta más de una docena
de hijos sin poder educarlos; tener muchos hijos es la diversión del pobre.
Existen abuelos sin haber cumplido sus treinta años. A eso le dicen deber
cumplido
Autor: Miguel Angel Alarcón León
Obra: Los Tinterillos y otros Relatos Andinos.
Publicado en Febrero del 2011
Imagen: Reynaldo Charres Vargas
Autor: Miguel Angel Alarcón León
Obra: Los Tinterillos y otros Relatos Andinos.
Publicado en Febrero del 2011
Imagen: Reynaldo Charres Vargas
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