Es de conocimiento nuestro, que los antiguos pobladores
peruanos, incas y pre incas, han tenido vasto conocimiento de la metalurgia,
sobre todo del oro y la plata, prueba de ello son los vestigios encontrados por
los estudiosos de las diferentes culturas que nos antecedieron, y es más;
cuando el Inca Atahualpa fue apresado por los invasores españoles, él ofreció
un pago por su rescate consistente en oro y plata, se estaba perpetrando el
primer secuestro en el Perú; pues sabía que los ojos de los intrusos estaban
iluminados de ambición y codicia, los había enloquecido la valía y la
preciosura de la riqueza. Era claro de entender que existía en abundancia oro y
plata en nuestro territorio.
Luego de la capitulación de Ayacucho en 1824, entre
muchos beneficios, los españoles y mestizos fueron favorecidos con propiedades,
hasta con minas de oro y plata; muchos de ellos llegaron por nuestra zona y
hasta fundaron Pampas, pero de alguna forma la herida de la explotación de
siglos aún sangraba; los españoles eran hostilizados por los patriotas, ello
los obligó cruzar el río Mantaro haciendo uso de waros para establecerse aislados en la parte
peninsular de Tayacaja, se fueron al “chimpa lao” lo que quiere decir “los del
frente” por lo que los bautizaron con el gentilicio de “chimpino” y que
posteriormente se entendió como “chimbino”; tal es así que, a la gente que
procede de Salcabamba, Quishuar, Surcubamba, Huachocolpa, Tintay Punco y otros
aledaños, los llaman “chimbinos”, gente de tez blanca y ojos claros con
apellidos castellanos.
Curiosamente en las rocas ribereñas del Opamayo,
partiendo de La Colpa ,
aguas abajo, existen vestigios de minas y bocaminas antiguas; hasta hoy existe
rasgos de un horno de fundición en los bajíos de Qormis donde confluyen el
Opamayo y el río Checche como también lo hay en Luychupampa; en toda esa zona,
huellas de perforaciones en las rocas de los que han extraído metales, ello se
prolonga hasta llegar a la confluencia de los ríosHuanchuy y Mantaro.
En la quebrada de Huanchuy por los bajíos de Cucharán, aún hay rasgos de
ruinas de la antigua abadía Jesuita, como lo hay en Chicyacc; estos grupos
religiosos se dedicaban al estudio de la zoología, botánica y la metalurgia.
Los apellidos Abad y Monje que ya no abundan en la zona, están relacionados con
grupos religiosos pertenecientes a una dinastía. Las abadías eran
iglesias o monasterios que
estaban gobernados por un abad, tenía todo el poder en sus propiedades y se
hicieron de grandes haciendas en la zona. Por otra parte, el monje es el
religioso que vive en un monasterio, caracterizado por ser muy solitario o
anacoreta dedicado mucho a la levitación. Las ruinas del monasterio de Chicyacc
y la de Huanchuy, es prueba de que han existido grupos religiosos por nuestra
zona y que hoy existen solo como apellidos.
Una madrugada de abril cuando las lluvias de la serranía
ya están escampando y avizora la llegada de las guindas y las tunas de la
quebrada, dos hombres se disponen a forrar los lomos de sus asnos con caronas y
esteras asegurándolos con cinchas
y sogas. La partida es de
Mashuayllo, don Víctor Pineda y Eleazar Huaycuchi, jóvenes de entonces muy
entusiasmados harán un poco de aventura hacia la profundidad de las quebradas
de Huanchuy y el Mantaro, el viaje está programado hasta Mitupata y
Luychupampa, deberán caminar por terrenos y caminos agrestes, este viaje está
planificado desde algunos
días atrás. Sus equipajes son un
montón de encargos, sobre todo a don Víctor, la esposa le repitió varias veces;
_ Me vas a traer tunas blanquillo, no te vayas a olvidar _ a la par le
preparaba una opípara merienda con harto refresco para el calor de la quebrada.
Partieron respirando frescura apenas el alba hacía distinguir con su opaca luz
la senda del camino pedregoso. Las bestias empezaron la bajada con su traqueteo
monótono y sus alforjas campaneantes, seguidas por sus arrieros se perdieron en la
espesura de los molles y ccaratos.
Al dar la media mañana los dos gañanes se han refundido
en la agreste quebrada de Huanchuy; desde el balconcillo de Cucharán sienten
lastimar sus oídos con el estruendoso caudal del río, las piedras enormes
irrumpen la agilidad de sus aguas y hace estrellar de peñón en peñón su
corriente formando pozas, cataratas y remolinos en las profundidades. El calor
es más sofocante cada vez que se internan en el fondo de la quebrada, pero
saben soportar los rigores de la serranía, están cuajados por el duro azote de
la compleja geografía. Los caminos de metal consumen y agotan sus recias
energías oponiéndose a su avance, a esto lo llaman “beta” los caminantes que se
tragan leguas; en estos casos es muy urgente alimentarse al instante ingiriendo
harto líquido con limón.
Al llegar al borde del río, apenas se puede oír lo que
conversan, es preciso comer la merienda, pero los mosquitos del lugar festinan
con la sangre de los viajeros y se hace reprochable el descanso que mucha falta
les hace; sin embargo han devorado hasta el final una gallina azada acompañado
de sendos puñados de cancha, luego se pierden en ambas gargantas porongos
enteros de limonada. Los seis burros que arrean, comen hojas de cañaveral que
no falta en la zona.
_ Pasaremos hoy mismo hasta Mitupata y si el tiempo nos
alcanza llegaremos a Jatuspata donde el ñato Martínez _ dice don Víctor al instante
en que asusta con una piedra a uno de los burros que se está alejando del
grupo.
_ Hay un poco de tiempo todavía don Víctor, descansaremos
un poquito más aunque estos moscos ya me están comiendo._ le responde
Huaycuchi.
Reanudaron nuevamente la marcha por esos caminos de la
quebrada que son como cintas regadas en la vasta montaña, son cintas que se
pierden y aparecen tras una roca o lomada, pero los abismos cerca del Mantaro
son extravagantes, una mala pisada y es para perderse en sus turbulentas aguas,
por esta misma razón es preciso caminar con cautela, pero las bestias ruteras
se perfilan con facilidad como verdaderos pilotos de las sendas andinas.
Las lomadas desérticas de la quebrada silvestre, es
hábitat de cactus abundante y plantas de cabuya, en las gigantonas velas de
esos espinos, armonizan obstinados chirridos y vuelan las chicharras de un
lugar a otro y las lagartijas del sitio cruzan asustados los caminos al captar
la presencia extraña de las bestias y humanos. Cuelgan de las rocas altas, waranqos,
helechos, el ccaccawayuna y se ve perderse
el cristalino Huanchuy en las turbias aguas del río Mantaro.
La tarde es fresca en la quebrada, el viento tibio anima
la caminata y la cuesta se hace más liviana; los asnos jadeantes dirigen sus orejas
hacia la ruta como indicar el deseo de descanso. El sol se ha escondido tras
las crestas de la alta montaña occidental tapizada de rocas graníticas, dejando
sus últimas luces brillosas en los picos del oriente como si brillaran las
luces mágicas escondido en sus entrañas de oro.
Una amistad de la zona que tiene su pequeño fundo les dio
descanso esa noche, raleados por el cansancio debilitados por el rigor del
calor de la quebrada, quedaron ambos exhaustos. La mañana llegó tan rápido y
sabían que las tunas hay que recoger temprano antes que caliente el ambiente y
sople el viento para evitar el fastidio de la “hita”, pequeñas espinillas que
cubre el fruto, se apuran en dirigirse a las chacras cerca de la meseta de
Luychupampa, lugar predilecto para los tunales y de frutos incomparables,
morados, rojos y los blanquillos que solo da en espacios especiales, es escaso;
tal es así que había que entrar tras de unas rocas por caminos sin señal.
_ Don Eleazar, vayas cogiendo pues, yo iré por el encargo
de mi esposa; por blanquillo me ha encargado, más allá en esas rocas hay. _
Dicho esto don Víctor se fue perdiéndose entre las matas y tunales, llevando en
la mano una pequeña bolsa de yute.
Haciendo camino se abrió paso, pero curiosamente a medida
que avanzaba, los frutos se ofrecían cada vez mejores, más allá eran más
hermosas, hasta hacerlo sentir miedo; pero el osado aventurero siguió avanzando
ambicionado, por querer llevar lo mejor para su mujer; pero grande fue su
sorpresa, al voltear una enorme roca nativa entre la plantación, de una especie
de pared con hueco, se derramaba como la arena abundante oro, pero desaparecía
en el suelo; el hombre quedó alelado hasta olvidarse de los blanquillos;
reaccionó de inmediato y sin pensarlo dos veces puso la bolsa en el chorro
hasta llenarlo; como no había otra cosa en que recibir, volvió lo más rápido
que pudo en busca de su compañero llevando lo poco que había recogido.
Al darle la
noticia, los dos fueron con más costales hasta el lugar, pero extrañamente de
aquella roca estaba cayendo arena; se conformaron con lo que ya tenían y
recogiendo la tuna blanca se fueron para apresurar su retorno a casa. Cargaron
sus burros y emprendieron el retorno; el calor ya abrazaba la quebrada con sus
brazos de fuego, las bestias arrastraban sus pies en la bajada y don Víctor
sintió la necesidad de apoyarse, pues estaba sintiendo extraños mareos, ya no
estaba bien, parecía sentir sus pies atados y girar el mundo sobre él, caminaba
como un borracho y finalmente contaron por ahí que al pasar el puente
colgante sobre el río
Mantaro, accidentalmente se cayó y nunca más volvió a su hogar. Huaycuchi debió
saber eso y el destino del oro recogido. Volvió sólo con la triste noticia que
nadie pudo remediar, acaso los blanquillos fueron el consuelo para su familia.
Años después don Eleazar se fue a la capital y montó un negocio próspero.
Durante mucho tiempo los aventureros, y herederos de la
ambición española han soñado con encontrar una antigua mina que fue sepultada
por una avalancha de toneladas de tierra y rocas con una fortuna que calculan
en ocho toneladas de oro y otro tanto de plata por la zona de Luychupampa y los
bajíos de Tacana sin poder llegar al punto donde la montaña guarda celosamente
el secreto de esa fortuna, se han invertido sueños y trasnochadas ilusiones,
pero hasta hoy los Apus entrañan su riqueza.
Autor: Miguel Angel Alarcón León
LOS TINTERILLOS y Otros Relatos Andinos
Edit. Febrero del 2011
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