domingo, 29 de agosto de 2010

EL CHUTITO DE LA RADIO


Gustavo Córdova Peralta

Desde 1935 en que Gustavo Córdova Peralta, “El chutito de la radio” se iniciara en Radio Huancayo, se había trazado definitivamente un destino, asistido por su pequeño charango y el amor indeclinable al quechua, que apuntalaron su alma gitana en el trajinar por este mundo.

Y en su caminar, forja el personaje a quien le dio mucho de su manera. No se equivocó en llamarlo el chutito, el apocado cholito, que va mostrándose de a pocos, con una gracia tímida como huyendo de un compromiso, y es que el chuto, es el cholo de la sierra que nada tiene, es el hombre desvalido, huérfano, a quien se utiliza, se ofende y de quien se aprovecha para la burla.

Córdova Peralta comprendía bien la situación que estaba planeando, de ahí, que Chutito, solo se insinúa en su gracia. Cuando nuevamente se le llama, se escabulle y se pierde en su propia confusión.

Radio Huancayo recoge esta peculiar manera de revivir el terruño. Con los “Zorzales del Ande” llega a Lima ambigua y sórdida, allá por 1938. Primero está en Radio “El Sol” que ha contratado al Chutito. Con el tiempo, se registra su paso, su figura bonachona por otras emisoras, Atalaya, América, Nacional, San Cristóbal, Santa Rosa y durante 17 años diariamente en Radio Luz, con su programa “Estampas del Perú”. Gustavo Córdova había llegado a mostrar una realidad olvidada y rechazada.

Inteligente y honrado, logró la sobriedad y la natural correspondencia de su temperamento con los quehaceres de su vida, en una permanente e insobornable conducta con lo nuestro. Por donde fuera, rastrillaba elegante y alegre un quechua dulcísimo, que eliminaba resquemores y reunía en torno suyo, cercanas reminiscencias del lejano terruño Pampas. Huayno de por medio, recuerdos, abrazos, una palabra cariñosa y la nostalgia de lo ido, se hacía más llevadera.

Autor: Antonio Muñoz Monge
Fuente: Revista Festival Julio-Agosto 2005

sábado, 21 de agosto de 2010

ARGUEDAS EN PAMPAS TAYACAJA



ARGUEDAS Y LAS HUERTAS DE CAPULI

La vida y la obra de José María Arguedas constituye un prisma cuyas aristas apuntan entre diferentes direcciones para luego interrelacionarse y establecer un estadio cargado de significaciones donde es posible develar las pulsaciones fundamentales de la experiencia humana, enfocadas desde la dilucidación respecto al sentido de la vida, para afirmar al ser que ejercita su diaria aventura de estar en permanente dialogo con el mundo.

Así, en Los ríos profundos los hilos de su memoria nos revelan recuerdos enhebrados cual imágenes de piedra y río. De piedra como base del mundo, pues “la piedra es como hizo Wiracocha al hombre y lo que hace a los cerros” como bien señalan Gladys Marín y Fernando García en “la experiencia americana de José María Arguedas” ; y de río, como gran comunicador “en una ciudad que ya es un privilegiado de la comunicación con lo divino” al que alude Madeleine Gladieu en “Del niño y del rio en Los ríos profundos”.

Los recuerdos de Arguedas en Pampas, capital de la provincia de Tayacaja datan de 1928. Tenía entonces 17 años y cursaba el tercero de media en el Colegio Santa Isabel de Huancayo, cuando su padre decide ejercer la profesión de abogado en Pampas. En un acápite de su relato (Parte II. Viajes) de Los ríos profundos Arguedas relata los acontecimientos ocurridos durante su estadía.

Un pasaje de matiz sentimental nos hace saber de la existencia de “una joven alta, de ojos azules (….) varias noches fui a cantarle huaynos que jamás se habían oído en el pueblo (…) aquella joven que parecía ser la única que no miraba con ojos severos a los extraños”. Hemos indagado al respecto y tal parece que esta joven merecedora de elogios y serenatas con huaynos en primicia sería María Jesús Olano que a la fecha tenía 25 años.

Además de este relato Arguedas escribió dos artículos relacionados con la provincia: El layk'a (Brujo) y La fiesta de la cruz (La Cruz de Pampas) ambos publicados en el diario La Prensa de Buenos Aires en 1941 y 1943, y recogidos en “Indios, mestizos y señores” (Ed. Horizonte, 1989). Existe asimismo una particular interpretación de la canción Trilla de arvejas en Pampas que recoge el casete «Arguedas canta y habla» editado por el Centro de Folklore que lleva su nombre con una presentación del notable charanguista Jaime Guardia.

La relación de Arguedas con Pampas prosigue en el vínculo amical con Sergio Quijada Jara (natural de Tayacaja) «uno de los mejores folkloristas del Perú y amigo íntimo de Arguedas» como señala Alonso Cueto en un artículo referido a la supuesta hija de Arguedas que se publica en El Dominical de El Comercio el 16 de mayo de 1996. Cierto, en un reportaje a Sergio Quijada Jara publicado en La República el 21 de agosto de 1985 dimos a conocer el problema que la profesora Vilma Catalina Ponce Martínez planteó, señalando a Arguedas «como el culpable del embarazo y como tal tenía que asumir su responsabilidad». Quijada Jara en su condición de abogado y amigo, respondió a la confianza depositada por Arguedas y asumió la defensa solucionando el caso favorablemente.

Este vínculo de Arguedas una de las voces mas extraordinarias de las letras peruanas con Tayacaja constituye un sentimiento hecho río en permanente peregrinación hacia las entrañas de la mama pacha del que surgimos cada día para asumir con mayor vigor las coyunturas cotidianas de la experiencia humana.

Autor: Carlos Zúñiga Segura
Fuente: Pampas Tayacaja en la memoria de Arguedas
Oleo de Bruno Portuguéz

sábado, 14 de agosto de 2010

CHALAMPAMPA



Barrio de poetas, músicos y pintores

Una atenta mirada desde la emoción y los recuerdos en las calles y hogares de Chalampampa donde nacimos, consolida la idea de que todos somos una familia, un tejido permanente de vivencias personales y colectivas que nos alimentan desde nuestras infancias hasta la cotidiana aventura de la vida en madurez.


Estuve en abril y en julio. Visité la capilla María Auxiliadora y recordé el gesto de la familia Acevedo - Olivera donando el terreno para su edificación por documento de fecha 9 de febrero de 1926 ante el notario Mariano E. Cárdenas. La colocación de la primera piedra el 1 de julio de ese año a las 4:00 p.m. en presencia del R.P. Miguel Torre delegado diocesano y la participación de la señora Raquel García de Quijada, Celso S. Abad y Santos T. Córdova y la posterior suscripción del acta ante el notario Alejandro Acevedo. Luego el año 1932 la donación de la puerta a cargo del filántropo Octavio Zúñiga. Este templo es el símbolo del barrio, su atalaya espiritual, su plenitud histórica.


Unos pasos más adelante doña Teófila Flores de Donayre me invita riquísimos chaplines y melcochas. Saludo a Choyo y su familia doña Rosa, Delia y Rosalía Monge. Don Sebastián Ruiz y sus hijos, la familia Barrientos Peña, don Horacio y su hermana Magda, las familias Landa, Aristizábal, Ortega, Chávez, Zamudio, Cosser, Vega, doña Carolina Sttubs, Olinda Aroni, la familia Mendieta, Acevedo, Bernardo, Donayre, Ernesto Ruiz, esposa e hijos; y doña Urpi ofreciéndome su picante de cuy en salsa de mani y doña Zoraida su famosa chicha. Qué linda familia en verdad suscribiendo con sus acciones páginas de verdadero sentimiento. (No cito apellidos tan queridos por espacio en la página).


Raúl Cámac, pintor y amigo de años, sale de su casa y me invita a ver sus cuadros y visitar el hogar de su tio con mates y portarretratos de impecable manufactura. Mariano Martínez nos da alcance en la pequeña placita donde confluyen las tres calles del barrio, bebemos unas cervezas y visitamos a los amigos y amigas para hablar de la vida, de las ausencias que son presencias, de los sueños que quedaron en los aretes de la luna, de los amores jurados en el puquial como eternos para llegar al olvido.


Aquí en Chalampampa están los amigos y las familias a quienes queremos y nos quieren. Este sentimiento obra el milagro de reinventar nuestro barrio, hacerlo vivo como antes, hasta convertirlo en palpitación vital del hombre enhebrado en el resplandor mágico de los recuerdos.


Autor: Carlos Zúñiga Segura

Colaborador de Saposaqta

viernes, 6 de agosto de 2010

DON 'HIPO', EL MÉDICO DEL PUEBLO

Don Hipólito Martínez Ruiz, el médico del pueblo cariñosamente llamado “Don Hipo” llegó a Pampas Tayacaja, por los años 1922, en tránsito hacia Ayacucho. Lo acompañaban su hermano Julio y un socio quienes decidieron quedarse allí a reposar el largo y fatigante viaje.


Fue así que a la mañana siguiente, los viajeros se reconfortaban con el sol pampino, en el parque principal. En aquellos momentos, una simpática profesora de ojos verdes cruzó el parque libro en mano, rumbo a su escuela.


El joven farmacéutico sorprendido, le dirigió un fino piropo. La profesora también sorprendida, volteó el rostro y se produjo ese intercambio de miradas, llamado amor a primera vista. Esa química milagrosa que une a un hombre y a una mujer.


El galán había caído, víctima de ese amor, y resolvió quedarse hasta conquistarla. Los compañeros de viaje no tuvieron otro remedio que retornar hasta Apata (Junín).


Así comienza una breve semblanza de la vida y obra del joven farmacéutico que dedicó con amor, medio siglo de su vida al servicio del pueblo de Pampas Tayacaja. El había nacido en Apata, un pintoresco pueblo en el prodigioso valle del Mantaro.


Se había graduado de farmacéutico en la Universidad de Iquique (Chile) y de vuelta al Perú se dirigió a su querida tierra donde lo esperaba su amorosa madre doña Nicolasa Ruiz.

Después de unas merecidas vacaciones formaron una sociedad con su hermano y un socio para abrir una farmacia en Huamanga Ayacucho. Allí se quedarían hasta triunfar.


Juntaron sus ahorros, compraron un lote de medicinas básicas y partieron los aventureros hacia tierras ayacuchanas.


Pero el histórico viaje se truncó esa soleada mañana en el Parque Principal de Pampas, donde el galán decidió quedarse hasta conquistar a la agraciada profesora.


El farmacéutico prendado de aquella joven pampina, tras una larga batalla de cortejos, logró la aceptación de la señorita profesora Rosario Valenzuela Orderiz.


Dulcemente los novios tejieron el clásico nidito de amor, alquilaron una precaria tiendecita en Huanta Calle, donde organizaron los pocos remedios que portaban. Rellenaron con botellas vacías, velas y coca para empezar a ganarse el pan de cada día. Ya en el pueblo había corrido la voz, la presencia del boticario.


Sus primeras atenciones, sus conocimientos, y esa gran voluntad de servicio, le abrieron fácilmente las puertas de la fama.


Al año siguiente la pareja de novios contrajeron matrimonio con la complacencia y el calor del pueblo que los acompañaron entusiastamente durante los festejos de la boda.


Hipólito y Rosario unidos para siempre, encargaron su primer heredero. Tuvieron la suerte de alquilar una tienda con vivienda en la esquina del Parque Principal, donde una brillante mañana se habían conocido.


En aquella esquina inauguraron la legendaria Botica Cruz Roja, donde la figura de Don Hipo se consagró plenamente. La población desamparada que solo contaba con una posta sanitaria, desde ese momento contaba con una farmacia y un farmacéutico dispuesto a luchar contra lo imposible. Don Hipo se convertía en un líder de la medicina En un personaje caído del cielo, irremplazable y milagroso. No se durmió en sus laureles y continuamente se actualizaba con sus libros. Revisaba toda revista o periódico que llegaba a sus manos, buscando las informaciones médicas. que lo ayudaran en su solitaria batalla.


Se afianzó la inconfundible figura de don Hipo, un joven simpático, inteligente, siempre atento, de mandil blanco junto al mostrador de la farmacia. Contaba con dos armas muy poderosas: su claro espíritu humanitario y ese gran sentido de la amistad y cordialidad con que levantaba el ánimo del más dolido. Cultivó esa relación médico-paciente de amor y solidaridad que lamentablemente hoy en día se ha perdido.


Autor: Luis Martinez Valenzuela

Fuente: “Pampas tierra del alma”. Lima 2004